Es el espejo manso
del firmamento,
donde el águila encuentra
ríos de viento
y el blanco de los ojos
de los neveros.
De eléctrico azul
viste su seno,
un jubón de césped
para envolverlo,
enaguas de cristal,
collar de hielo.
Hijo de los torrentes,
nieto del tiempo,
parido en los glaciares
hace milenios,
cuando el sol aprendía
aún su sendero
y los dioses jugaban
al mundo nuevo.
Camina hasta su orilla,
búscate en sus reflejos
y verás que parece
tu rostro más sereno.
Qué tienen estos aires
que te aclaran el pecho,
purifica su frío
y te limpian por dentro.
Qué tienen, que no encuentras
en otros paralelos.
¡Aquí, aquí, te llaman
poderosos sus ecos!
Desde aquí ruge el oso,
desde aquí grazna el cuervo,
el funámbulo sarrio
emprende su paseo.
Desde aquí se contemplan
incógnitos luceros,
y cada hombre se siente
eslabón de un misterio.
Aquí se aprecia el flujo
unidor de lo eterno,
que una mano aún te roza
allá con tus ancestros,
que aprendieron a erguirse
de estos picos enhiestos,
y la otra la tiendes
a los hombres, que luego,
del amor que atesores
nutrirán su recuerdo.
Aquí, en esta sala
impar del universo,
donde se alza la cumbre
desde el silencio
y se escucha el latido
del mundo entero.
El hueco de la mano
del Pirineo.
Tomás Galindo ©