La mujer número uno
fue en el momento oportuno.
Juventud, cretino tesoro,
cuando el niño se hace un toro
y la niña le torea,
le maneja, le marea,
pero al final es tan blanda
que cede ante la demanda
y le da lo que desea.
La mujer número uno
me sirvió de desayuno.
La mujer número dos
me hizo sentir como un dios.
Yo era Júpiter tonante
y ella dócil, mendicante,
era dulce como miel,
era una perrita fiel,
decía a todo que sí,
no se alejaba de mí.
Me fui a otra parte del mapa
por desprenderme esa lapa.
La mujer número tres
tan solo me duró un mes.
Era turista, eso creo,
y yo fui su veraneo,
de España vio casi nada
aparte de mi almohada.
¡Siempre estábamos de broma,
no hablamos el mismo idioma!
La mujer número cuatro
era una actriz de teatro.
¡Su vida era una comedia…
cuando no era una tragedia!
¡Qué dramas por cualquier cosa,
era una mujer celosa!
Y cada día un papel,
hoy dulce como un pastel
y al otro como una arpía
por cualquier cosa mordía,
al fin lo más indoloro
fue hacer mutis por el foro.
La mujer número cinco
me tomó con gran ahínco.
Que su vida fue un infierno
hasta que me conoció
y que yo sería, yo,
dueño de su amor eterno,
que solo quería amarme
de una manera demente,
(por eso inmediatamente
quiso empezar a cambiarme)
hasta habló de matrimonio,
lo que es nombrar al demonio
y yo de eso me defiendo
echando a salir corriendo
La mujer número seis,
no sé cómo lo veréis,
es un caso de sainete
la alternaba con la siete.
Dos azafatas de Iberia,
la cosa se puso seria,
una entraba, otra salía,
yo no sé cómo podía,
Mientras una estaba aquí
la otra andaba por Tahití,
Tuve la idea fatal
de regalarles un chal,
y se vieron en Barajas…
y a poco me hacen rodajas.
La mujer número ocho
mentía más que Pinocho,
si tengo que ser sincero
no sé ni si era mujer,
tan solo… pudiera ser,
porque era muy placentero.
Se fue a la calle a correr
y no la volví a ver.
Pero luego la novena
me llenó el alma de pena.
La única a la que amé.
Luego vendría la diez,
once, doce, veinte, treinta…
dejé de llevar la cuenta,
Si no la vuelvo a encontrar
ya no hay nada que contar.
T. Galindo