Las temidas preguntas de los niños

Así­ pintaba, así­, así­
Ayer le di una lección a mi hija, no todos los padres podrí­an decir lo mismo. Tiene diez años y un millón de preguntas capaces de atropellarme. Los años y las preguntas. Se las contesto con más voluntad que pericia, cuando las sé, o intuyo, o por lo menos le doy mi versión y siento muchí­sima vergüenza cuando no, porque, aunque me mire como diciendo “pobre papá qué esfuerzos hace”, a mí­ me parece haber perdido capa y espada y yo mismo haber caí­do del brioso corcel. Pero ayer me hizo una que me dejó más perplejo aún:
-¿Y por qué tú no me haces preguntas a mí­? -dijo desde sus diez años sabios.
Es evidente que no hay razón alguna, por qué no hacerles preguntas a los niños. Es estupendo, y le hice la primera:
-¿Y tú qué crees que hace falta en este mundo?
Sopló, y fue contundente:
-Hace falta cariño alegrí­a trabajo libertad y sobre todo amor.
-Te dejas lo principal -niña- ajá, te atrapé.
-¿Ah sí­, y qué es?
-Lo que más falta hace en el mundo son niños que hagan muchí­simas preguntas.
Me dio un beso en el brazo y dijo:
-Qué papá tan bueno.
Y con estas y otras disquisiciones filosóficas se me acabó haciendo mayor.

6 respuestas a «Las temidas preguntas de los niños»

  1. Jo, si nuestros padres supieran lo que los queremos cuando se hacen viejitos, digo, maduritos… lástima que cuando no los aguantamos ni siquiera podemos imaginar que llegue este momento. Por cierto, el misterio de la raposa se va a desvelar o quéáá, hala pues!.

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