¿Y tú para qué sirves?
¿Eres acaso nube que riegue el seco campo,
cordero que se da en alimento al martirio,
abeja que copula la flor con la flor?
Qué naces tú, qué cavas, qué abonas.
Apenas armasijo de osamenta y carne,
apenas sinapsis infecunda, apenas sapiens,
no vuelas con menos aparato que la mosca
y solo escarabajeas la pelota mundial,
el gran compendio, la hez de los progresos.
¿No sonará sin ti la música en los vientos,
no crecerán los trigos en tu ausencia?
tu supermanidad tan arrogante
cree mover los hilos de la trama.
Infeliz. No hay más hilo que el de la cometa.
Qué paredes horadas, di, qué puentes
tiendes que vuelen las distancias,
cuántas nueces aguardan a tu invierno,
cuántos lobos no irán a darte caza
gordo buey, víctima lenta de tus propias hambres,
cáncer del globo, tonto en un cohete.
Sigues trepando la mata de judías
más apoyado en las ecuaciones que en las opiniones,
siempre a punto de alcanzar las nubes,
siempre en la translúcida niebla donde nunca
hubo un cartel de meta, pero subes,
porque no sabes volver a pisar tierra,
ni enterrarás de nuevo la semilla,
ni le atarás la caña que la crezca recta,
ni esperarás mirando al cielo mientras rezas
el agua de la vida y la esperanza.
Qué sirves tú, vas tan deprisa
que ya no puedes leer en los carteles
la guía, la advertencia, los peligros,
ni ver los verdes valles, los ocasos,
las aves en el cielo ni los niños
que te dicen adiós con la manita.
Solo tienes la carga de impaciencia
común a los nacidos de repente,
los que un día explotan como esporas de su hongo
y medran enraizados al estiércol
en la humedad oscura de las cuevas.
No tapas agujero, no manas ni fecundas,
no luces como flor y no das leche,
no cumples más función que ser volumen
ni tienes vocación más que de esfinge.
Dadme un punto de apoyo para mover tu lastre
y el mundo girará cual tiovivo
lleno de criaturas sonrientes.
Tomás Galindo ©