Las cosas sin importancia son las realmente importantes.
Los aspectos más severos de la vida son los mismos para todos,
va, digámoslo otra vez:
quiénes somos, adónde vamos, de dónde venimos,
qué hay más allá de la muerte si hay algo,
básicamente eso,
y cosas sobre la liberté, egalité, fraternité,
blablablá,
pero ¿cuándo piensas tú en eso?
además, seguro que hay un sanedrín de sabios tratando de ponerse de acuerdo desde hace siglos
¿qué vas a descubrir tú que no se le haya ocurrido ya a Sócrates, Freud o Kierkegaard?
(sí, he tenido que mirar cómo leches se escribe)
Y es que lo realmente importante es que se ha puesto a llover y no llevas paraguas.
Lo realmente importante es si le viene la regla,
que no sabes cómo quitarte esos kilos,
que ya no la quieres con la insensatez de un primer amor aunque te siga gustando su culo,
pero no es lo mismo.
¿Quieres saber lo realmente importante?
Que volverías atrás
porque no ves hacia delante nada mejor que lo que tuviste.
Que eras más feliz en tranvía que en coche.
Que estudiar era mucho mejor que saber.
Que no importaba si llovía y no llevabas paraguas
y saltabas los charcos con un libro sobre la cabeza.
Pensemos en las ballenas, en las abejas, en los refugiados.
Ahora pensemos en el fin de mes.
¿Ves a dónde quiero llegar?
Un buen café por la mañana, fuerte y dulce,
algún conocido cerca que te informa del tiempo que hará hoy.
Una palmadita en la espalda de alguien que pasa y te sonríe.
Una llamada, una noticia esperanzadora.
Una pequeña noticia pequeñamente esperanzadora.
Un cigarrillo mirando a los gorriones,
aborreces a las palomas pero los gorriones te llenan de alegría
y hay un nido, que no acabas de ver, ante tu ventana
y van y vienen y les supones un trabajo como el tuyo
pero volando.
Ah… volando.
Alguien explota una bomba en algún sitio y mueren docenas.
Cuando la gente se cuenta por docenas siempre piensas en huevos,
nunca en un ramo de rosas,
ni en personas,
sino en docenas, arcaica unidad de medida que sobrevive a los decimales y los binarios
porque señala bien los huevos, las flores y las víctimas,
en ese limbo entre asesinato y guerra tan difuso.
De esto sabes mucho después del almuerzo,
hoy el peligro está en la salsa de tomate del almuerzo,
es mucho más posible que te salpique
que la sangre y las vísceras y la metralla.
Todo es cuestión de prioridades
primum vivere, deinde…
vivere,
a ver por qué philosophari va a compararse ni remotamente.
De filosofar solo pueden ocuparse los desocupados,
los que llevamos entre manos el pan y el vino y el queso no.
Los que llevamos las tres pelotitas que lanzamos al aire no.
Los que llevamos al hijo de la mano al colegio no.
Los que viajamos aprovechando para leer novelas no.
Los que otra vez vamos a llegar tarde no.
Los que afortunadamente caminamos detrás de una muchacha con andares de pantera no.
Las cosas sin importancia amueblan cada uno de tus días,
llenan cada rincón de tu pensamiento.
Llegas a la plaza, te sientas, pides tu cerveza.
Enfrente está la estatua del gran hombre,
el prócer, el héroe, el vate,
aquel que dio su vida por la libertad, quizá.
El que tiene a sus pies escrito en mármol el pensamiento,
la vida, la muerte, el amor.
El que señala con su dedo de piedra el camino a los hombres,
hacia el futuro, hacia dios, hacia la sabiduría.
Eso enfrente.
Tú tienes otro mármol, este con una cerveza fresca,
con un platillo de olivas.
Con una mujer que te dice algo alegremente con unos labios llenos y blandos
que sigues amando y deseando aunque ya no como a un primer amor,
y que te dice algo a ti,
a ti con tu nombre, con tu apelativo cariñoso
y no al público en general y a la opinión mayoritaria de la nación,
que bebe su cerveza y mientras
admiras cómo se le frunce deliciosamente el canalillo entre los pechos,
que señala con el dedo y lo sigues
y su dedo no es de piedra
y había un amigo a lo lejos mirando y saludando con la mano al final de su dedo
y no un futuro de paz y concordia universal,
no el camino a la hermandad de los pueblos,
no el fin de la violencia y el principio de la justicia.
Y tú, en un arrebato te levantas y le atrapas ese dedo
y se lo besas
y ella te mira ¡estás loco!
y se ríe maravillosamente sana con toda la boca y todos los dientes.
Y a ver cómo le explicas que con ese dedo estaba señalando hacia todas las cosas sin importancia,
que son las que, día a día, mueven el mundo.
Que te ha bendecido alegrándote,
porque alegrar a otro es lo mejor y más heroico que se puede hacer en la vida.
Y la cosa más importante.
Tomás Galindo ©