Acabo de acordarme de que hace como cuarenta años que me compré este jersey en el Corte Inglés de la Plaça de Catalunya. Y ahí está, tras mil lavados y muchísmo uso, como el primer día… ¡yo también! Sí, sí, cuarenta, o más.
Letanía del optimista
Tengo una espina en la boca
cada vez que te recuerdo.
Dice el reloj de pared
las tres en punto y sereno.
En los árboles del parque
hay uno que no está lleno
de estorninos, como todos,
está lleno de misterio.
Yo no me siento en un banco donde haya sombra de piedra,
solo bajo sombra de árbol para que el viento la mueva
y es que me consuela tanto verla bailar en las letras
que los libros en mis manos con la verdad se pasean.
Vuelve, que no te has dejado
olvidado ni un pañuelo.
Vete, que he visto en mi cama
que no dejabas ni el hueco.
Yo desayuno tostadas
café con leche y silencio,
en la radio dicen cosas,
por ninguna me intereso,
me suelen interesar
lo que silban los jilgueros.
Los colorines que anidan
enfrente en un platanero
me han dicho que andabas sola
en medio del aguacero
y como un terrón de azúcar
te diluiste en el suelo.
Esta noche gran velada, yo bailando por la acera,
agarrado a las farolas como en una borrachera,
lanzando al alto el paraguas y mirando cómo vuela,
yo he fabricado el murciélago que no caza ni una estrella.
Mi madre viene a arroparme
y se le cae el pañuelo.
Cuando yo arropo a mi hija
se me cae el libro al suelo.
En esta familia nunca
llegamos solos al sueño.
Una arañita que vive
en una esquina del techo
me está tomando medidas
para tejerme un chaleco.
¡Vivan las madres que arropan,
los padres que leen cuentos,
que prefieren telarañas
a los rincones desiertos
y un gato que tira un plato
mucho mejor que un silencio!
¿Adónde irán las pizarras que no viven en la escuela?
A casa del coronel a servirle de conciencia,
al mostrador de los bancos, a la tinta de la esquela
donde se anuncia que ha muerto, descanse en paz, la inocencia.
Yo no sé lo que me pasa
que cada vez que te veo
se me mete por los ojos
algo que llevaba el viento,
se me mete una pestaña,
una mota, un pensamiento.
Luego tengo que lavarme
en la fuente del paseo.
Para cuando vuelvo a ver
tú ya me llevas cien metros,
veinte años, dos mil arrugas,
y cuatro mil desconsuelos.
Porque me haga compañía
me voy a comprar un perro,
¿Quiere usted que se lo envuelva
o se lo va a llevar puesto?
Cuando tú me dices algo siempre tengo la certeza
de que piensan los relojes lo mismo que en tu cabeza,
dices tictac y tictac, y subes y bajas pesas
y que te sacas del bolso un péndulo y me golpeas.
Tengo un sombrero de paja
tengo un sombrero de fieltro,
cuando hace sol no me mojo,
cuando hace frío voy fresco.
El ciprés tiene la sombra
igual que un carabinero,
tan alargada y funesta
que se diría de féretro,
yo la esquivo al caminar
no se me encanezca el pelo.
Me dará la castañera
confesión a cielo abierto.
Confieso que he sido impío,
que sigo triste y risueño,
que santifico los martes,
que si ayuno no es de sexo,
que era más bueno mi padre
que el que cuenta el padrenuestro.
Qué felices los pinzones
en las mañanas de enero,
el chorrito de la fuente
un bastón de caramelo
y el aliento de los novios
dibuja en el aire besos.
Ay que la niña viene por la vereda
con la falda de flores de primavera,
lleva la flor más linda entre las piernas,
de allí qué miel tan dulce libó una abeja.
Me voy a comprar el pan
pero me dejo el dinero,
el panadero me fía,
qué listo es el panadero.
La pescatera también
me da un pez y se lo debo,
y no me enseña a pescar
que habría sido más lento.
Al día siguiente voy
y les pago lo que adeudo.
Salgo en los telediarios
y me ponen como ejemplo.
Pongan puertas en el campo
y en las paredes letreros
«El cielo está de ocho a dos
y de cuatro a seis abierto.
Reserve aquí su parcela,
ahora le hacemos descuento.
Gran liquidación de ángeles
de la guarda: como nuevos».
En las cárceles hay tantos miles de rejas
que pondríamos un barrote alrededor de la tierra
y con las anillas de todas las cadenas
podríamos colgarle cortinas al planeta.
Y aunque me ves que me ves
que me ves que me exalto,
es una gota de calma
que rebosa el vaso.
Y aunque me ves que me ves
que me vengo exaltando,
solo es que junto emociones
para guardar en un tarro.
Están las golondrinas
siempre jugando
y el ala a tus cristales
siempre llamando,
y aunque tú no les abras
nos van dejando
todas las primaveras
revoloteando.
¿Dónde irá de madrugada una muchacha tan bella,
con los ojos tan abiertos, con la cara tan despierta,
oliendo a agua y jabón, café con leche y galletas,
irá a tirar de las barbas al sol para que amanezca?
Yo quiero ser tan claro
como el lucero.
Yo quiero ser tan limpio
como un nevero
y vivir en lo alto
y fundirme en la tierra
por los barrancos.
Que llegue abril,
que llegue mayo,
y derretirme
con el solano,
en una nube
volar dejando
todas las cosas
muy muy abajo.
Tomás Galindo ©
Conforme
Me morí y nada fue como había pensado.
Hubo llanto, sí. Es lo obligado.
Hubo pena y refrescos y algo de picar.
Yo, todo hay que decirlo, fui un muerto muy aparente,
tan bien afeitado como no fui nunca,
con todos los botones abrochados, los zapatos limpios,
con calcetines… con corbata
(eso no estuvo bien) pero muy en mi papel.
La cara no me quedó de gárgola como otros que sufrieron
sino como de sorpresa, como de ¿ya, de verdad?
Los deudos contuvieron sollozos dignamente
y las visitas fueron más de las pensadas
-no, no habrá misa ni responso, ya sabe cómo era él-
y decían que sí o qué me va a contar,
él (yo) nunca conté nada de eso porque no tenía nada que contar.
Son cosas que se dicen los que no tienen nada que decir
y aparecen y firman y miran como preguntando si ya cumplieron,
si ya se pueden ir, que tienen mucho que hacer.
A otros en cambio los vi afligidos
y habría abierto mucho los ojos si no hubiera estado muerto.
Luego cerraron el cajón y creo que me quemaron, lo supongo,
digamos que ya la cuestión material dejó de interesarme,
era todo muy carnal, muy como de ser animal y carroña, desagradable.
No quise mirar atrás por no guardar mala estampa de mí.
El túnel blanco, la luz al fondo.
Nada.
Pensé que habría algo.
Todo se va como difuminando, haciéndose gaseoso, pálido,
creo que yo también.
¿Será esto de verdad morirse?
¿Por qué me siento extrañamente conforme?
Contracorriente
Siempre camino contra la corriente,
siempre por la acera inversa, no soporto
andar mirando siempre la misma gabardina
delante de mis ojos, el mismo balanceo
del mismo paraguas. Prefiero las caras,
me gusta encontrarme a la gente de frente,
cambiante, rápida, distinta.
Las caras siempre me parecieron el mejor paisaje.
Pasaría horas viendo a la gente lenta, apresurada,
deambulando tranquila, ante mis ojos
quizá en un banco, apoyado en árboles y barandas.
Entonces no los miro como caras sino como historias,
cada uno pasa con su historia, su camisa, sus zapatos.
La historia no la vemos, pero está ahí,
lo más intrascendente va por fuera, los colores
de un pañuelo, un pantalón remendado,
la camiseta con mensaje social,
visten el sufrimiento, la alegría, los amores.
Yo juego a ver en los detalles los amores.
Las siete esclavas de oro tintineantes
de la amante entregada; las gafas de sol
para ocultar ojeras; el jersey tejido a mano
que uno no compraría en una tienda;
las medias con costura; y el llavero
con iniciales de plata; todo dice,
todo se lleva encima y va diciendo amor,
desidia, olvido, prisa, esperanza.
Voy fabulando en las miradas, como otros
lo harían mirando las montañas, mirando amaneceres
y escuchando sonido de campanas. Yo tacones
poniendo telegramas en la acera; labios
despintados por los besos dados, me figuro;
palabras de metal junto al oído oídas
con dolor y con frenazos, con cláxones y rabia.
Alguien tropieza y veo en esos ojos
casi lágrimas, por casi nada. Pienso que traía
el tropiezo en el bolsillo ya de casa, como otros
salen a la calle con el sueño puesto, con las ganas
de comerse el mundo o vomitarlo, con hambre,
con liberación, con miedo a rebosar en la mochila,
con bragas de repuesto, con navaja.
Y yo allí quieto y es el mundo el que pasa.
Con sus perros sujetos con correa, con patines,
botando una pelota, de a uno, en pareja o en manada.
Aún hay niños que corren y niñas que saltan
a la comba igual que sus abuelas, y hay ancianos
de pañuelo en bolsillo de pecho, con elegancia.
Y parejas de viejos muy viejos que van de la mano
y les va la vida en ello y caminan despacito,
despacito y en silencio en medio de la riada
que sale a chorro del metro. Y que casi se me lleva
a mí, que estoy en las nubes y eso que miraba al suelo,
y me tropieza una joven que huele a limpio y a nuevo,
que tiene los ojos dulces y un caballito en el pelo
y en su camiseta pone «Ojo conmigo que muerdo».
Y por estas y otras cosas voy siempre en sentido inverso.
Tomás Galindo ©
Marina
Cuando miras el mar no ves lo hondo,
solo su cara azul, sus cejas blancas,
apenas el pañuelo que lo cubre,
apenas la puerta ni cerrada
ni abierta que golpea los quicios
de la tierra. Cuando miras la playa
y coges con la mano ese puñado
de arena, no sigue siendo playa,
pierde su pertenencia, o eso crees,
o quizá tú allí de pie ahora eres playa.
Cuando miras el mar no ves tus ojos
y estás sobre la arena junto al agua
mirando el oleaje, el horizonte,
sin ver que eres parte de la estampa,
que otro que mira el mar te está mirando,
te tiene junto al mar en su mirada
y lo mismo que tú no ves el fondo
el que te ve a ti no aprecia nada
diferente de concha o alga muerta
que la marea allí dejó varada.
Eres paisaje, vertical figura
con el mar, con las olas, con la playa.
Tomás Galindo ©