Antes había filosofía. Filósofos… gente que hablaba de temas trascendentes razonando, discutiendo, escuchando. Ahora hay una invasión de frases tan bonitas como intrascendentes. Cada vez que leo una, cualquiera, se me ocurren cuatro objeciones que ponerle. ¡Lo que me cuesta refrenarme! Pobres Neruda, Tagore, Benedetti, Sócrates, Kipling, Borges, y todos esos pensadores que os habéis convertido en frases sin contexto soltadas como un pedo en un ascensor, sin la compañía de su exposición, de su lógica y de su enseñanza. Un día temo ver a la gente por la calle con papelitos de esos que se pegan adheridos a la frente, a la camisa, a las mejillas, a las manos, llenos de frases inteligentes como diciendo a los demás: ¡Mira, yo pienso!
El refranero popular ha dejado paso al postit filosófico y el argumento ha devenido en eslogan, primando la vistosidad de lo dicho sobre su enseñanza. Cada uno de estos pensamientos parece querer ser premiado por quien lo lee con un: ¡Toma, qué verdad más gorda, y yo sin haberlo pensado! Pero si realmente te detienes a meditarlo sólo ves lo mismo que has visto mil veces, escrito de otra forma. Escrito prêt à porter. Lo peor es que uno pone una frase de estas en su vida (llamemos vida a lo que sacas en feisbuc o tuiter o en tu blog), y nadie se lo contesta, ni a favor ni en contra; sino que te sacuden otra estampita con un bebé, o un perrito oliendo una flor, o una parejita abrazándose y… ¡otro pensamiento etico-pictórico-moral al canto como respuesta! ¡Mira, yo también pienso! (O sé dónde están las webs de pensamientos lindos para enlazar a mi blog). Y cómo puede ser pernicioso un pensamiento con un perrito oliendo una flor…
La filosofía que no suscita discusión suscita mis sospechas. La filosofía por elección simple también. Ir a la tienda de filosofía, leer mil pensamientos y escoger cuatro y llevártelos (no, no me los envuelva, me los llevo puestos) es malo. Uno puede elegir una forma de pensar, pero también está eligiendo una forma de no pensar. Y si eliges el pensamiento «A», tienes la obligación moral de contestar al erróneo y contrario pensamiento «B» y no dejarlo en la estantería con un simple mohín. En la tienda de la filosofía se escoge todo, lo que te gusta y lo que no te gusta, y todo te lo tienes que llevar a casa, para practicarlo y enseñarlo, por bueno; o para combatirlo y denostarlo por malo y perjudicial para los demás. A eso se le solía denominar carácter. Y es que hay filosofía buena y mala, pero no inocua.
Una variante tanto más peligrosa consiste en esas poesías medianas o largas sobre la vida, llenas de enseñanzas benévolas, que acaban con la firma de alguno de los anteriormente citados. Los incautos las leen y se dicen, oh, qué gran poetifilósofo era este señor, qué prócer. Uno (o sea, yo) lee el poemón de marras y observa que Borges ni borracho hilaría tanta mamarrachada ni tanto desastre gramático; o que algunas palabras y conceptos no existían en tiempos de Sócrates o Kipling. Y es que algún desaprensivo, o simplemente memo, ha leído el poemón, extraído de un libro de esos de autoayuda, o de un calendario de esas brumosas iglesias yanquis de largos nombres (o de una canción de un roquero estupefacto), y se ha dicho: «Esto tan inteligente y que me clarifica tanto la vida me suena que lo ha tenido que escribir Neruda, que es ese poeta tan bueno que lo cantan los chalchaleros en eso de abre la muralla, cierra la muralla» Y zas, lo suelta en su feisbuc con la firma de Tagore. ¿O igual era Benedetti? Bueno, ahora no lo voy a borrar…
Fea acción.
Pero ¿es más feo dejar pasar el poemón abstruso, el agudo sofisma, la mentira vestida de Prada sin ponerle peros, o responder al amigo número 183 de la lista que su poema no es de quien dice y que no es un poema, sino una sarta de obviedades mal hiladas y de dudosa consistencia lógica? Tu bi or no tu bi.
Pensar, lo que se dice pensar, cada día se hace más cuesta arriba, en cambio lo chispúndico arrasa.
No piense, nosotros se lo damos hecho y sólo tiene que escoger.