Domingo por la tarde, hacía fresquito, nubes y cielo encapotado, pero por el que asomaban rayos de sol que se agradecían mucho, sobre todo tras una mañana ventosa y desapacible. Así que, qué caray, vamos a dar un paseo me dice mi personal coach, y a ello que nos ponemos. Vamos por la orilla de la ría, por lo que fue el muelle y hoy paseo de Uribitarte, muelle de los ingleses, otrora, me dice, campo de chabolas, hasta el puente de Deusto. Allí entramos en un horroroso centro comercial, un casetón cuadrado que apesta a cerrado y a fritangas macdonelescas y, donde aunque apenas hay gente, hay un ruido insoportable, porque está especiamente diseñado para que reboten todos los sonidos contra sus marmóreas paredes. Me fijo en que tiene puentes entre unos y otros lados, que semejan a los del colegio de Harry Potter. Un horror. Salimos despavoridos y pillamos el bus de regreso a casa. Anda, la tira de años aquí y es la primera vez que paso a pata el puente de Deusto.
En premio a lo bien que me he portado me compran kikos (maíz tostado y frito) y pipas. De girasol, otro día me portaré mejor a ver si me las compran de calabaza.
Herrrmoso, Oz!
Como siempre, un paseo virtual que enriquece el alma.
Me encantó el trencito verde, de pocos vagones, como agachadito. Es para enanos?
¿Trencito? Ah, eso es el tranvía, cada uno lleva una decoración distinta. Tiene una bocina muy peligrosa, en lugar de sonar con estruendo como la de los camiones o autobuses, lleva una campanita amariconada que hace piticlín piticlín, y en vez de apartarte, te vuelves a mirar qué hace ese ruidito como de tiovivo, y va y te atropella.
Tranquilo cariño, que de ahora en adelante pasearemos todo lo paseable.
Aunque sólo sea una hora escasa. Los días se van alargando y la tarde invita.
¡Pa-ni-zo! Se llama panizo, qué coño kikos…