Aquello fue un correr de cremalleras,
un crepitar de sedas y de cueros,
un tapar y destapar los agujeros,
un ponerse de acuerdo las caderas.
Por el monte de venus las laderas
bajé regando en su desfiladero,
como un improvisado jardinero,
las flores de sus veinte primaveras.
Una fusión atómica de urgencia,
una anatómica y húmeda adherencia,
producto del instinto de manada.
Después, fundido a negro, otra secuencia:
una conversación civilizada,
una ducha, dos besos, luego… nada.
Tomás Galindo ©