Resulta que amanece,
aún el cielo es cóncavo
cajón que se destapa
con un resquicio claro.
Resulta que tú estás
sin sueño, desvelado,
y el incierto horizonte
deja escapar un rayo
de luz, y te das cuenta,
actor involuntario,
de que la tierra es esto:
la escena del milagro.
Podrías ser un pez,
una cigarra, un árbol,
no estar ahí consciente
de estar solo y cansado;
y el sol, el simple sol,
ese disco rosado
que agrieta el horizonte,
hoy bosteza a tu lado;
y te das cuenta entonces
del divino entramado,
de la tierra que gira
y te va transportando;
te sientes pasajero
de la nave en que vamos;
te sientes pasajero
pues durarás, al cabo,
otros pocos bostezos
del fidedigno astro.
Qué pequeño y qué poco
-acaso innecesario-
qué disuelto en la suma
del elemento humano.
Resulta que amanece,
la luz hiere tus párpados;
con una hostia blanca
comulgan los tejados
y la noche se escapa
a los lomos de un gato.
Has cobrado conciencia
de estar solo entre tantos,
porque a pesar de ti
el sol no se ha alterado;
todas tus circunstancias
le traen sin cuidado,
no le importa tu insomnio
ni lo que te ha llevado
a pasarte esta noche
despierto y azogado.
Resulta que amanece,
suenan por algún lado
persianas que chirrían,
despertadores, pasos;
son los goznes del mundo
que cruje despertando.
La mañana se lleva
el borrón del pasado
porque la viva estrella
pudo desbaratarlo,
y tú ves que eres parte
de un todo inusitado
y sientes el impulso
con que cruza el espacio.
Y tú, apenas nada.
Y tú, apenas algo.
Apenas por encima
del gran cero asomando,
miras por la ventana
metamorfoseado
por los cinco minutos
de asombro cotidiano.
Tomás Galindo ©
Imposible decir algo más luego de leer este poema.
Si hasta he decidido no comentar nada en la chorrada de post de la rata esa…
Hay gente que todavía
se las arregla para ser poeta.
A mí me gusta aplaudir
y, de vez en cuando,
trozo el corazón
y lo regalo.