Zen

Estaba el maestro zen Marsupilami Brhamalapancha oyendo el piar de los pájaros,
a la sombra de una morera y meditando sobre la vida tras de la vida.
Entonces miró hacia arriba y divisó unos gusanos de seda alimentándose de las hojas de la morera.
El maestro bendijo al gusano de seda con estas palabras:
Oh, tú, el más humilde de los hermanos vivos.
Tú que en tu mansedumbre contienes el misterio de la belleza.
Tú que mueres para darnos las finas sedas de colores con las que cubirnos y adornar nuestros cuerpos.
Tú, humide gusano, eres en realidad nuestro maestro, ya que trabajas para que otros se beneficien de tu muerte.
En esto que uno de esos gusanos cayó sobre el cuenco de arroz bashmati con verduras que estaba comiendo,
y el maestro zen Marsupilami Brhamalapancha exclamó
¡Mecagüen la madre que te parió, bicho de mierda, que me has jodido la comida! Y se fue a un MacDonalds.

Moraleja, no te fí­es de los filósofos, que algunos tienen un cuajo…
FhilosophOz.
Tomás Galindo ©

Las temidas preguntas de los niños

Así­ pintaba, así­, así­
Ayer le di una lección a mi hija, no todos los padres podrí­an decir lo mismo. Tiene diez años y un millón de preguntas capaces de atropellarme. Los años y las preguntas. Se las contesto con más voluntad que pericia, cuando las sé, o intuyo, o por lo menos le doy mi versión y siento muchí­sima vergüenza cuando no, porque, aunque me mire como diciendo “pobre papá qué esfuerzos hace”, a mí­ me parece haber perdido capa y espada y yo mismo haber caí­do del brioso corcel. Pero ayer me hizo una que me dejó más perplejo aún:
-¿Y por qué tú no me haces preguntas a mí­? -dijo desde sus diez años sabios.
Es evidente que no hay razón alguna, por qué no hacerles preguntas a los niños. Es estupendo, y le hice la primera:
-¿Y tú qué crees que hace falta en este mundo?
Sopló, y fue contundente:
-Hace falta cariño alegrí­a trabajo libertad y sobre todo amor.
-Te dejas lo principal -niña- ajá, te atrapé.
-¿Ah sí­, y qué es?
-Lo que más falta hace en el mundo son niños que hagan muchí­simas preguntas.
Me dio un beso en el brazo y dijo:
-Qué papá tan bueno.
Y con estas y otras disquisiciones filosóficas se me acabó haciendo mayor.

De la vida, la independencia y los canastos.

Cesta de pan.   Dalí­ 1945

Cuando nacemos (voy a hacer una linda imagen) todos tenemos una vida por delante: los mimbres con los que hacer un cesto. Unos nacen de pie, en buenas familias, con salud, con dinero; otros no, o no tanto; no tienen posibles, no están bien de salud. Unos tienen un buen hato de mimbres con los que hacer su cesto, y los otros, tienen cuatro mimbres cortos y quebradizos. Pero todos tenemos que apañarnos con lo que hay y emprender la tarea de urdir el cesto. La gente de alrededor nos ayuda o nos estorba, todos dependemos de los demás, y los demás de nosotros. Hay quien depende de otro hasta para que le limpien el culo, para que le saquen de paseo en su silla de ruedas, para que le lean el periódico. Otros, en la cumbre de la vida, incluso de la fama, dependen de los demás para no sentirse solos y aislados, para tener un ancla que les una al mundo, para tener a alguien que les llame Pepe y no Excmo. Sr. Esa dependencia se paga, a veces basta una sonrisa, un gracias, un te quiero; otras veces hay que hacer esfuerzos extraordinarios para pagar, incluso cambiar de vida. Con estas ayudas, o impedimentos, y con estos mimbres, con lo que hay, uno hace su cesto lo mejor que puede. Llega un dí­a en que te mueres y has dejado un cesto pequeñito, en el que puede caber un huevo sin romperse, bonito, bien tejido, consistente. Otros, con tanto mimbre, dejan un atadijo informe, quizá grande, pero lleno de agujeros, mal trenzado, torcido, donde metes dos docenas de huevos y se vuelca y se desparraman y se rompen.
Aquí­ ando, tejiendo y destejiendo el cesto lo mejor que sé y puedo. Qué asco me doy cuando me pongo filosófico, joder, menos mal que me pasa pocas veces al lustro.

El genio de los demás

Estaba pensando, ejercicio que hago muy de vez en cuando, en cuánto nos aprovecha, o nos disloca, depende, el genio, el humor, la buena o mala leche de los demás en un momento determinado. Nada peor, dicen fuentes generalmente bien informadas, que el que te examine una profesora que tiene la regla. Esta cientí­ficamente comprobado, que una profesora con la regla puntúa entre un 10 y un 15% menos que si no la tiene ¿hemos de ser sujeto paciente de tamaña desigualdad? Hemos. No es lo mismo, no, ni mucho menos, que te juzgue un juez que venga bien follao de casa, que uno al que la parienta lleva unas noches rechazando porque tiene jaqueca. Esto del sexo de los demás es algo de muchas y muy evidentes interacciones con uno mismo. Aquellas personas que en su oficio o en su función deban sopesar el ingenio, la inteligencia, el buen o mal hacer del prójimo, no deberí­an padecer cambios bruscos de carácter, que motiven de forma extraña los entresijos de sus pensamientos. Recuerdo cómo cambió cierto profesor de gramática que tuvo un hijo, animalico, que por las ojeras que le ocasionaba, no debí­a darle un momento de reposo. Bueno, pues cuando le nació el nene estuvo un par de dí­as que todo nombres propios y comunes, o preposiciones, algo trillado; pero al poco, se ve que cuando se le fue acumulando sueño y mala uva en el organismo, no salí­an de su boca sino verbos defectivos, versos proparoxitonantes, sinécdoques, y la de dios. Menos mal que era maestrillo de crí­os, si llega a ser juez, ese se lí­a a fallar condenas con agravantes a todo pasto.
Una amiga mí­a maestra me decí­a que ahora avisaba a sus alumnos de su estado, y que le llevaban la cuenta y se aplicaban cuando caí­a evaluación estando reglosa, por si acaso, no querí­a ser más severa que de costumbre, pero avisaba. Quizá en un futuro no dejen entrar al congreso a los diputados que lleven varios dí­as sin echarle un quiqui a la parienta, por temor a que se encieguen y obcequen con las cuestiones más lenes; o a las señorí­as que lleven mal el periodo y propendan a votar lo que resulte oneroso al ciudadano a mala leche. Que usted, juez, lleva mal lo de la próstata, pues nada, ha de inhibirse en los juicios. Que usted, guardia, se ha encontrado al marido en el lecho con otra… pues nada de coger la porra y el talonario de multas y liarse a sancionar a todo el vecindario. Que usted, examinador de conductores, se ha corrido la juerga de su vida con una señora estupenda… pues hoy no examina, porque va a pasar por alto los semáforos en rojo que se salten, o que se suban al bordillo.
La cuestión aní­mica hace gran estrago en el intelecto más capaz, y lo mismo te deja a un sabio babeante, que aguza la poca listeza del tonto. Dicen los franchutes que somos lo que comemos, pero no para ahí­ la cosa, que hay mucho que meterse entre pecho y espalda amén de la jalancia. Por esa regla de tres, también somos lo que dormimos, lo que nos duele, o lo que follamos.
Los orientales van por ahí­ con una mascarilla en la cara si tienen catarro, para no contagiar al personal. Quizá convendrí­a que llevásemos un distintivo de nuestro estado aní­mico: «contentillo», «estreñido», «salido», «reglosa», «OJO-Dolor de Muelas»… etc…

Escalibada, escalibada.


Me encanta la escalibada ¿no loan otros la marihuana, el cannabis, y quedan la mar de bien y de modelnos? Pues yo no le veo la gracia. Mucho mejor la escalibada. Yo aso berenjena, calabací­n, pimiento rojo, cebolla, tomate, endibias (también se pueden meter cogollos de lechuga) y luego un chorrito generoso de aceite, y un pelí­n, poco, de sal. Si la voy a comer en el momento también le pongo una patata con un toque de pimienta. Hay quien le echa vinagre, yo no. La endibia le da un toque amargo muy sabroso. También me gusta acompañarlo todo con un cuenco de olivas negras de Aragón (clase «marcida»), con cebollita cruda cortada fina y algo de sal, aceite y vinagre.
No le veo yo la cosa filosófica a lo de la marihuana y el fumeteo. Paso. Eso tiene que ser malo para la salud, digan lo que digan. Aparte de que se les quedan los párpados caí­dos que parecen modorros y un aire como alelado y desatento. Para mí­ que es simple viciete y lo adornan con palabrerí­a rebelde, revolucionaria, neojipi. Ay… benditos inoperantes, pobrecillos. Estos chicos luego se vuelven todos de derechas y se pirran por un puesto de funcionario para poder pasar la vida quejándose, descansadito, pero quejoso. Con traje y coletita. Ahora que lo pienso, ha bajado mucho el movimiento polí­tico joven, la última vez que los chicos hicieron algo con consecuencias que se notaran fue cuando la movida del 68. Ufs.
Se está mucho mejor en la izquierda gastronómica, como el Vázquez Montalbán, ese sí­ que era un señor decente y consecuente, y catalán, que marca mucho eso de ser catalán ¿o es que ser de izquierdas es sinónimo de querer vivir mal y comer cualquier cosa? Ah, no, el izquierdoso, como cada hijo de vecino, lo que quiere es mejorar sus condiciones de vida, y a lo que se niega es a que sea a costa de otros, nada más. Pero vengan escalibadas.
Me quedo más satisfecho con un buen eructo que con dos horas de profundas disquisiciones filosóficas. Qué mal me cae lo intelectual.
Hoy mi niña, me ha traí­do para desayunar colacao y un bollo de mantequilla; qué mujer, si es que no me la merezco. Claro que todo eso engorda y me viene muy mal, pero ya dice el refrán que quien bien te quiere te engordará. Lo otro es una chorrada más del refranero. Todos los refranes mienten, menos los meteolorógicos, esos mienten descaradamente.