Hay quien se queja del clima de Bilbao, que llueve mucho y es algo grisáceo y tristón, pero esa impresión se desvanece en verano, cuando los días son más claros y la temperatura dista mucho de convertir la ciudad en un volcán, como son otras. Bilbao está bonito y apetece salir de paseo en esas tardes noches en las que ni se suda ni hace falta chaqueta (ni paraguas). Esta es una de esas veces en las que salimos a dar una vuelta cámara en ristre.
A poco de salir de casa miramos hacia el monte Artxanda y cómo las casas de la Ciudad Jardín trepan por su falda. Luego bajamos corriendo hasta el centro, es cuesta abajo, y damos un paseo por las calles más chic. Vemos que hay mucho mucho cristal últimamente, y es que han descubierto que es duradero ante la lluvia, fácil de limpiar y no hace falta pintarlo cada dos por tres.
Atardece y nos acercamos al puente de La salve, que da un brinco sobre la ría dejando debajo de él el Museo Guggenheim, y permitiendo otear el panorama arriba y abajo del Nervión.
Luego ya se hace de noche y vamos volviendo a casa, momento para echar un vistazo sobre el Guggenheim iluminado, sobre la araña Mamá y la Universidad de Deusto en la otra orilla. Pero nosotros preferimos desandar lo andado y cruzar la ría del Nervión sobre la tambaleante y colgante pasarela Zubi Zuri, que deja ver el agua abajo a tus pies, y su espinazo de tubos y cables.