Día de la tía curranta

Lo cual que m’había yo enterao de que ayé era el día de la tía curranta, asín que me dije, hombre pa que no se diga, la voy a tratá yo a mi churri que te cagas tía, pa que no se diga que uno no es un caballero, que me lo dijo la secre del tallé, ques una tía más seca que un ajo, que a ver si me estiraba con mi churri que semos todos más bien tirando a animalicos de cabeza baja y que la damos mu mala vida a las costillas, y más cosas que dijo no tan galantes, asina que yo me dije, po sí, po le vi a da a mi churri un día que te cagas, pa que no diga que namás que pienso en birras y ñakañaka, asina que cuando le sonó el grillo le estampé un beso en los morros y le dije mi reina tranqui que te vi a hacé yo un café que te cagas, y le puse la cafetera y le abrí el paquete madalenas y todo de la bella easo que se las compré ayé pa dale una sorpresa, pa que no diga que no pienso nunca en ella, y le puse el café con la taza limpia y to y desayunemos los dos junticos y to que no se lo creía mi churri, y aluego la amonté en la burra y la llevé yo al hospital ande limpia pa que no tuviera que coger el bus y ya luego me vine pal tallé y como salgo yo antes quella pasé por el súper y compré comida pa hacerla yo la comida y la llamé y la dije que hacía yo la comida que no se lo creía mi churri, y compré un pollo asao con patatas y to que venden en el bar de al lao el tallé y vino del de botella, eh, no del tetabrí, pa dale un gusto, que esas cosas son más vistosas si hay vino del bueno en vez de birra, y puse la mesa con el hule y todo y los platos y todo y un plato pa las patatas y todo y con cubiertos y todo aunque el pollo se puede comer con los dedos, pero yo los puse porque así queda más fino, pa que no diga mi churri que no sé hacé las cosas yo bien y finamente, y nos comimos el pollo que nos chupamos los dedos que no se lo creía mi churri, y aluego le dije que se podía tumbar un rato en el sofá mientras yo lavaba los platos y no se lo creía mi churri, y tendí la ropa que había puesto en la lavadora y todo y aluego al salir la invité a un café, pero en la cafetería, eh, no en el bar del Chacho, no, en la cafetería, en plan elegante, que te ponen hasta un chocolatín con el café, y un chupito de melocotón, que le gusta a ella después de comer un chupito, y el café, que la supo a gloria el café, y aluego la volví a montar en la burra y la llevé a la casa que hace por la tarde, ande limpia y va a recogé a los niños y los da de cená y los acuesta, y aluego en ve de irme con los chicos a tomá unas birras me fui pa casa y me di una ducha y hice la cama, aunque luego es para deshacerla, pero la hice bien hecha, para que no diga mi churri que no sé ni hacé la cama, y me duché y me puse la colonia de Ugo Boss ¡¡¡¡y me afeité!!! y cuando vino mi churri ya le dije que me había afeitao y bueno ella ya se había dado cuenta, y si no se había dado cuenta se la dio luego cuando vio que estaba yo suave suave como culito niño, que decía que así sí que así daba gusto y entonces le saqué el regalo que le había comprado un regalo de sorpresa sin decírselo ni nada y le había comprado una camiseta chula chula que me costó una pasta porque la compré en una tienda, eh, nada de un híper ni de comprarla por ahí en los tenderetes, no, en una tienda que la compré la camiseta, mu guapa, con unas cositas brillantes mu fashion la camiseta y la di un beso en to los morros y la dije que mira qué camiseta te he mercao y mira qué guapa vas a estar con la camiseta, ven que te la pongo y ya pues eso, que se la puse y se la quité y le dije mira mira que vengo duchao y la di un masaje en los pinreles que le gusta más que a un tonto un lápiz y que qué gusto me decía, que le diera el masaje en los pinreles que la da mucho gusto y yo que tú quieta reina mía que yo te masajeo los pineles y lo que haga falta y luego echemos un kiki y le di un repaso en los bajos que pa eso me había yo afaitao que tuvo los siete gustos y ya la dejé yo suave y nos quedamos ya dormidos ¡sin ver la tele ni na! y antes de dormirnos va y me pregunta si yo la quiero, ya sabes, cosas que dicen las tías, pero yo que soy un caballero que te cagas la dije que sí, ea, que la quería a mi churri y me miró raro y le dio por suspirar y se me agarró y se me durmió agarrá, y esta mañana cuando he abierto el ojo se había ido y me había dejao un papel en el espejo del váter que decía que adiós que te va a aguantar tu puta madre cabrón que me tienes hasta el coño y me llevo la burra que está a mi nombre y la cartilla ¿tú lo entiendes?

Gorditas III





Escribí­ un primer artí­culo sobre las gorditas, y luego un segundo, y comprobé asombrado que son los que más comentarios han suscitado de entre mis lectores. Y no es que en este blog no se hable de todo, y con ello de temas bien importantes y peliagudos, pero no… lo que más ha provocado el comentario han sido las gorditas. Esto, de por sí­, llama la atención. Más de cien comentarios. Pero lo que aún más llama la atención es que ni uno solo de esos comentarios ha sido para quitarme la razón, todos son de apoyo a lo que pretendo expresar: que las gorditas son hermosas. Es más, muchos de estos comentarios son encendidamente elogiosos, y otros buscan decididamente el trato con personas gorditas. Sin contar los muchos que he tenido que borrar por ser excesivamente explí­citos o incluso groseros. Pocos, muy pocos, los que expresan un complejo, unos cuantos los que se quejan de una cierta discriminación, y bastantes los que no comprenden por qué hay una estética de asociar belleza y delgadez y fealdad con gordura. Lo cierto es que hay gordas guapas y feas, como hay delgadas guapas y feas, lo que yo sostengo es que la belleza, en este caso la corporal, es indiferente de la talla y los kilos.
He escogido unas cuantas fotos de mujeres especialmente bellas y con una talla ajena a los estándares de la moda, y me fijo en que entre dos mujeres de parecida hermosura, siempre gana la que tiene un poquito más de peso ¿o son ilusiones mí­as?
En tiempos pasados se llevaban las mujeres más llenas, pero es que en tiempos pasados se enseñaba mucho menos que ahora, apenas el escote, que siempre es más bonito si es generoso y no escurrido de carnes. Con la pérdida de ropa por encima se ha tendido a perder también chicha que mostrar, aproximándonos a una estética del cuerpo femenino más próxima a la del masculino, más longilí­neo y musculado. Es más, empieza a llevarse no sólo la estética de la delgadez en la mujer, sino la estética del musculito, y el vientre redondo comienza a dejar paso al abdomen con cuadritos de pastilla de chocolate; y los brazos y piernas torneados a los bí­ceps y la musculatura marcada. Yo estoy más cerca de preferir el músculo a la delgadez, eso es cierto, mejor fornidas que esqueléticas, pero ah… donde se ponga la mollita, la rica mollita, la lorcita que invita al mordisco cariñoso ¿cómo se va a contraponer a eso el hueso rodeado de piel? Las delgadas tienen un algo de enfermizo, mientras que a las gorditas se las ve sanotas, y la belleza también se nutre de la salud corporal.
Cierto que los excesos son malos, por eso estos artí­culos se llaman «Gorditas», una expresión simpática, amable, que nunca debe ser considerada de forma peyorativa, hay que reinvindicar a la gordita y hay que reclamar la palabra gordita como expresión de lindeza fí­sica y no como eufemismo de fealdad.

Ver: Gorditas I y Gorditas II

El siglo de las luces


-¿Realmente pasará a la historia con ese nombre? Es el que le pusieron a principios de siglo, acordaos, cuando las ciudades empezaron a tener iluminación nocturna, gas, bombillas, el inicio de la industrialización que empezó a asomar en el XIX. Pero han pasado tantas cosas en ese siglo que lo de las luces quedará en lo anecdótico y no en lo histórico.
-Seguramente, yo más bien me inclino a pensar que el siglo XX será conocido en la posterioridad como el siglo de la inteligencia artificial. La invención del ordenador, ese es realmente el gran hito de la humanidad -A mi amigo Pepe le gusta usar de palabras grandilocuentes, como hito o humanidad- Ha sido el impulsor de todo lo demás, el byte, el procesador. Ese ha sido el gran cambio del siglo.
-Pues fí­jate que yo no creo que fueran tan descaminados con lo de las luces -Y a Marcelo lo que le gusta es llevar la contraria- Al fin y al cabo el procesador nada de nada si no se hubiera extendido el uso de la electricidad. Antes de la gran red de ordenadores fue la gran red de enchufes.
-Eso, eso, la red -terció Amadeo, que era el cuarto en la partida- dejaos de bytes y procesadores, eso sólo son herramientas, lo realmente importante del siglo ha sido el establecimiento de la red mundial, de internet, del concepto de aldea global. Eso era algo impensable, estar en contacto en el momento con cualquier parte del mundo, saber ahora mismo lo que pasa en Nueva Zelanda. Fijaos que las influencias más grandes en las idas y venidas de los pueblos vienen de su propia historia, a uno antes le influí­a su abuelo; ahora no, ahora nos influye más lo que viene del Japón que lo que viene de lo que hicieron nuestros mayores. Antes no se tení­a conocimiento de lo que pasaba en otros pueblos, ahora sí­. La globalización es lo que marca definitivamente el siglo XX.
-¿Me vais a dejar hablar? -dije ya en tono definitorio- Yo pienso que tenéis y no tenéis razón, todo eso que decí­s es importante, pero pienso que el descubrimiento del siglo no es el ordenador, ni el acercamiento entre los pueblos, ni la luz, no. El descubrimiento del siglo XX es la mujer. Hasta ese siglo la mujer apenas era un comparsa en los devenires del mundo, era la esposa, la madre, el ama de casa, poco más. En este siglo ha adquirido personalidad propia, se ha escindido, o empezado a hacerlo, del hombre. La humanidad ha empezado a recuperar en el siglo XX a la mitad de sí­ misma. Es en este siglo cuando la mujer ha dejado de ser la paridora de hijos, la compañera del hombre, el cero a la izquierda, para tener entidad propia, voto, decisión, peso en la sociedad y la historia. El siglo XX es, definitivamente, el siglo de la mujer.!
-¡Mirá, dejí te de fregar con que si las minas hemos conseguido esto y lo otro! Qué panda de pelotudos, si eso fuera verdad yo estarí­a jugando con vosotros y vos andarí­as en la cocina. ¿Te venés conmigo, eh? Manga de boludos. Dejí te de milongas, el siglo XX ha sido un cam-ba-la-che, que ya lo dice el tango. Y no pensés, que si pensás luego te da jaqueca y le echás la culpa a que has tomado mucho, y es de pensar. Vos poné la mesa, vos Pepe, cortá pan, y vosotros dos vení­s conmigo a sacar el asado. ¡El siglo de la mina… lo que tiene una que oí­r

¿Y tú, qué piensas?

Contra las bragas de tirilla.

De cuantos inventos discurre Satanás para incomodarnos la existencia no hay uno que dé mayor repelús que el de las bragas de tirilla, también llamadas «tanga». Además de lo que debe de incomodar a quien lo porta tener metida por la hendidura nalgar la tira de tela, y ese escaso triángulo que apenas tapa la otra hendidura, cuando no se menea y se va para un lado hecho un gurruño; ese impúdico ropaje, esa prenda que es la menor cantidad de ropa que merezca tal nombre, está causando irreparables daños en la libido masculina. Este pueblo de culibajas y anforiformes, de panderos que son solaz de albañiles y comentario de junta de vecinos; este hembraje de posaderas magní­ficas, necesita de una brida que guí­e tan mórbidas carnes, de una cincha que ciña panderos tan explosivos.
Defiendo, pues, el uso de aquellas bragas antepasadas, blancas de muchacha inocente, negras de señora apetecible, de cariñoso y tierno algodón, de raso prometedor; aquellas bragas hasta el ombligo por las que metí­as la mano y cabí­a entera; con sus puntillicas coquetas, que si era la de puntillicas ya sabí­as tú que te habí­an puesto el semáforo verde; aquellas bragas Princesa con su evidente costura y su refuerzo conejil; aquellas bragas tersas, prietas, duras, impellizcables, bragas para culos importantes. Ay, aquellas bragas que eran como bolsillo para mano de novio, acogedoras y cálidas ¡mucho mejor que un cucurucho de castañas asadas, dónde va a parar!. Con aquellas bragas una mujer podí­a ir vestida por casa, y a la vez fresca y veraniega, con sólo su vestidito floreado o su bata. Con aquellas bragas podí­a una mujer visitar a su médico sin desdoro para el honor, y coquetear con sus pretendientes sin cargo de conciencia, porque con aquellas bragas una se sentí­a protegida de sus ataques rijosos; aquellas bragas, bien usadas, eran una barrera impenetrable contra las maniobras y pretensiones masculinas más tozudas. Con aquellas bragas y una jaqueca, una mujer se convertí­a en bastión de sí­ misma.
¿Qué puede quitarse una cuando sólo lleva una braga de tirilla? ¿Qué se puede dar cuando no se tiene? ¿Qué se puede mostrar cuando la ropa más que velar enmarca? Las bragas de tirilla no son sino una minucia, para culitos modernos de niña pija; culitos que no son de buen asiento, sino para apoyarse en taburetes de pub, en motos y en bordillos de acera. Las bragas de tirilla son para bailar a saltitos y para mear en callejones traseros. Las bragas de tirilla son para echar polvos sin prolegómenos, polvos deportivos, polvos con condones de colorines, polvos mascando chiclé; qué lejanos de aquellos otros con cama de hierro y sábanas de hilo bordado, aquellos polvos que empiezan poniendo del revés al Sagrado Corazón de Jesús para que no nos mire inquisitivo, y que acaban haciendo anillos con el Ducados, la almohada doblada en la espalda, los dedos entrelazados y las bragas colgadas de los barrotes del cabecero.
Un buen culo macizo multiplica su valor cuando está a duras penas contenido por unas bragas tensas como piel de tambor, entonces suenan las palmadas dadas en él mejor que la filarmónica, añadiendo al regalo del ojo y el tacto ese otro del oí­do, tan ameno y de tanto entretenimiento. Las bragas de toda la vida son un producto lúdico legado de nuestros mayores, que ejercí­an lamineros los placeres venéreos, sin prisas, saboreando los procedimientos y deteniéndose morosos en cada esquina del cuerpo femenino, deleitándose en cada lunar y palpando y sopesando cada mollita apetitosa.
Volved, mujeres, volved al uso de este producto patrio imperecedero, muestra y ejemplo de pubis familiar y de culo como de andar por casa, vuestros chichis y vuestros hombres os lo agradecerán.
(A Su, por la inspiración)