Este año no podía dejarlo correr una vez más. Debía hacerlo. Por la mañana, con el almanaque y el reloj en la mano, firme, sereno, salí dispuesto a no dejarme despistar como otros años.
Me abrigué bien, hacía fresco y estaba el día nublado, oscuro. Sabía que nada de eso podía durar mucho y venía convenientemente preparado.
Estuve dando vueltas por la acera, luego, al ver que había mucha gente que iba y venía a sus quehaceres, pensé que seguramente estaría mejor en un espacio más abierto y donde tuviera más horizonte, y me fui paseando hasta un parquecillo cercano. Estuve dando vueltas y vueltas, golpeando a veces el suelo con los pies para entrar en calor.
Cuando ya se acercaba la hora de comer empezó a despejar. Asomó un solecillo tímido y el frío invernal se convirtió frescor primaveral, una solitaria golondría surcó un cielo que empezaba a pintarse de azul y el día plomizo y triste cobró el alegre aspecto de un ameno día de primavera…
¡Coño! ¡Cómo leches…! ¡Pues no me he dado cuenta, un año más… la primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido!
Es la hostia, y yo haciendo el pavo.