El dí­a de la salud.


¿Y tú no habrí­as preferido una hernia, un gripazo, incluso un brazo escayolado… y que te tocase un buen pellizco? Se me antoja a mí­ muy ruin consuelo este de la salud porque no hemos tenido suerte en el sorteo. Que al fin y al cabo no es ningún consuelo. A ver ¿es que se garantiza la salud de los que no han pillado premio? ¡Encima eso! No te toca nada, pero tampoco te baja el colesterol, ni se te van las migrañas, ni se te deshinchan las hemorroides. ¡Vaya cuento este del dí­a de la salud! Deberí­a llamarse dí­a del que te den mucho por saco, pagano, tonto, que te gastas las perras en meterlas en bolsillo ajeno. Y cuanto más gastas, más tonto. Además, es mentira lo de la loterí­a ¿tú conoces a alguien a quien le haya tocado el gordo, la primitiva, un premio de esos que te quitan de pobre? En mi pueblo, viviendo yo allí­, cayeron tres mil millones de pesetas, éramos nueve mil y pico habitantes… yo no conocí­ a nadie a quien le hubiera tocado. Sólo a los que les cayó una participación de quinientas mil, de un bar. A los que se supone les cayeron de treinta millones para arriba, nadie. Esto tiene truco, seguro, lo tienen apañado.
De pequeño me tocó en una tómbola una olla express, y cobré fama de afortunado. Bueno, pues nunca más me ha vuelto a tocar nada en ningún sorteo, rifa, loterí­a, quiniela, apuesta… nada, nunca. Hacen que los niños tengan suerte para que se aficionen, seguro.
Otro infundio, otro consuelo de bobos, otra patraña, es la de que «desafortunado en el juego, afortunado en amores» ¡ja! A ver: pruebas ¿las hay? Qué cierto es que todos los refranes mienten. Todos. Y los meteorológicos no sólo mienten, además lo hacen con recochineo.
El dí­a de la salud, y yo con tanto achaque. Luego dicen que tengo mala leche. ¡Bah… paparruchas…

Siensia oliental.


Nada mejor que una acupuntora china para andar bien de salud. Desde que voy a la consulta de la doctora Chi-Chi me siento mucho más sano… aunque mi autoestima está por los suelos. Lejos de animar a uno le reprende, le atosiga, le abronca como a los niños chicos, y uno se avergüenza como un colegial. ¿Dará resultado?

-Tú come mucho, tú goldo, tú no comel más. Ahola tú aplende a lespilal, tú camina, camina mucho. Tú tlipa glande ¡tú no come, tú lespila! Yo ponel ahola aguja glande en vientle, dos, y otla lalga entle dedos de pies, y también en espalda. ¡Tú espalda de dlagón, tú camina y duelme en suelo! Si tú camina y no come, tú mejol. Yo pincha ahola en hueso de cala, tú no habla ni vuelve cabesa, y pincha en dedos manos, tú no lasca, tú quieto.
-¿Esta aguja de la cara tiene que doler?
– Yo milo, tú quieto, yo saca y pone otla ves, tú diente podlido, tú agujelo diente, pol eso duele, tú quieto ahola y no mueve.
-¿Y lo de respirar, por la nariz y luego sacar por la boca, no?
-Tú lespila como pelo después de calela ¡así­ no lespila! tú lespila como blisa en flol, tú sopla, pelo maliposa no tenel que dejal flol si tú sopla.
-Lo voy cogiendo…
-Y tú no agacha, tú no milal suelo, tú milal flente, a ojos de doctola Chi-Chi.
-¿Así­?
-…No, mejol tú milal más aliba de cabesa doctola.
-Pues el pincho del vientre me está matando, oiga.
-¡Tú no muelto! Tú muelto si come y llena baliga glande. Aguja de vientle saca malomalo de tlipa, pelo tú no come, tú sólo lespila, nalí­, boca, nalí­, boca, como blisa.
-¿Conoce usted el del burro que cuando se acostumbró a no comer…?
-Tú ya acaba, hala, tú paga y viene otla semana. Yo subil plesio, ahola sel ochenta eulos.
-¡Joder, vaya í­ndice de precios gastan por aquí­!
-Tú no nesesita polque tú no come, tú sólo lespila, y paga doctola…
-¿Ochenta, doctora?
-Chi, chi.

Gorditas


Nunca he atinado a comprender las veleidades de la moda, y, si acaso, puedo contemplar con una cierta displicencia las que atañen al aspecto exterior, vestido, calzado, peinado, pero se me hace muy cuesta arriba entender el por qué en un momento determinado de la historia vemos con ojos más complacientes un tipo de figura corporal que otro. En la antigüedad, y no hace falta irse muchos años atrás, primaba el gusto por la mollita, no se entendí­a como bella a la mujer que enseñase las costillas bajo la piel (o que se le supusiera tal desdoro, ya que ver, ver… no se veí­a nada). Después vino, quizá por contraste y rebelión contra el gusto establecido, el auge de la delgadez extrema, que me produjo incluso repulsión, y veí­amos como paradigma de lo hermosamente femenino a unas apenas muchachas de las que, con dos, podrí­amos haber hecho una que fuera bonita. Ahora ni lo uno ni lo otro, no nos vamos a las alfeñiques, pero tampoco a las rellenitas, que algo es algo, pero ahora se pide a la mujer que esté cachas. Que marque musculito, que el otrora redondo vientre se convierta en marcado musculamen con sus cuadritos como tableta de chocolate. Quizá esta sea la moda de la salud a ultranza, pero, o cambiamos el concepto de femenino por uno nuevo y que comprenda únicamente la psique, o, directamente, entendemos que el bí­ceps y el glúteo marmóreos son tan femeninos como el blando y maleable.
Mas hete aquí­ que, como era de suponer, la mayor parte de la población femenina no entra dentro del estándar de la belleza femenina actual, esa mujer purasangre, y en vez de ocultarse como antaño, o de darse al disimulo vistiendo ropajes que disfracen sus deméritos, se expone claramente y reivindica su derecho a decir que son bellas a su manera. Las gorditas, las dulces gorditas, las tí­midas gorditas, las amorosas rellenitas, las jamonas de toda la vida, las pizpiretas gordezuelas, las salerosas, ellas, hoy salen a la calle, muestran sin pudor sus lorzas, y nos dicen que la mollita es sexi. Ellas derraman sus generosos pechos ante nuestra vista en las playas para que les dé el sol, y hacen de sus ebúrneas carnes un reclamo de sensualidad a nuestra vista. Y uno, esteta por razón de nacimiento, no puede sino dar la razón a quienes así­ actúan. ¿No es, acaso, lí­cito que uno guste de la visión de la mujer entradita en carnes? ¿Ha de tomarse este gusto como una aberración sólo por ir contracorriente? ¿Ha de parecernos morboso apetecer de estas mórbidas carnes?
Pero la pregunta final es la de si ha de ser la ciencia la que determine qué ha de parecernos hermoso. La ciencia nos dice el peso que ha de tener la persona de una determinada talla, pero ¿es requisito sine qua non para poder empezar a considerar la belleza o fealdad de la misma?

Ver también «Gorditas II»
Ver también «Gorditas III»