Yo es que soy nuevo en esto de la vida,
aún no sé el mecanismo de las flores,
me es desconocida
la pauta musical de los gorriones,
y por más que me empeño y que me empeño,
meto de contrabando en la rutina
el socorro vívido del sueño
y tengo la esperanza clandestina
de encontrarme al doblar en cada esquina
el Neverland en donde fui pequeño.
Cada día descubro en el espejo
un niño con la cara de ese viejo
con quien no tengo en común ya casi nada,
tan sólo la sonrisa conservada
en ese frasco lleno de cinismo
donde guardo la esencia de mí mismo.
Igual que las abejas a las flores
anduve yo libando los amores,
y más cera que miel fui recibiendo,
pero la miel que hubo, aun siendo poca,
aún me llena de dulzor la boca
cuando la cera ya se esfumó ardiendo.
Mas mientras que la abeja atesoraba
el oro de su miel en las colmenas
yo la dilapidaba a manos llenas.
Creo que nunca he aprendido nada.
Aún me sorprendo cuando cada día
un claxon me despierta en la mañana,
son los motores los que tocan diana
que el ave ciudadana ya no pía.
Ya no hay campanas, dónde se han metido
que no tocan a vuelo ni a difunto
para sentir las gentes en conjunto
la fiesta o el dolor con su sonido.
Absorto cada uno en su rutina…
Y la calle se llena abstracciones
y se nos llena el alma de rincones
de empotrarnos la vida en una esquina.
Desde el espejo miro que me mira
el muchacho que fui, que sigo siendo,
disfrazado de viejo sonriendo,
porque es disfraz la edad, porque es mentira,
porque los años no es cierto que te roben
con su fluir la condición de joven.
Hay viejos de nacencia y niños viejos
filosofando contra sus reflejos,
cagándose en la edad y sus miserias
y lanzando tartas a las caras serias.
Yo en esto de vivir aún desembarco
en un desconocido continente.
Yo soy un niño soez e irreverente.
Yo soy un niño y voy pisando charcos,
y caigo como un ave de rapiña
a levantar las faldas a las niñas.
Los graves temas de filosofía
nunca me demoraron un minuto,
salvo el amor, al que rendí tributo,
mas sin analizar qué me ocurría.
Pero la humanidad y sus dilemas
nunca me parecieron mis problemas.
Salvo en amar, como decía antes,
nunca me asemejé a mis semejantes,
y hasta en amar, lo puntualizo ahora,
gozo de una pasión devoradora.
Queden protagonistas de la historia
los grandes hombres en nuestra memoria,
yo prefiero al que se sacrifica,
al que planta y educa y edifica,
al hombre y la mujer que, de la mano,
hicieron de la bestia al ser humano.
Pero hablo por hablar, yo no sé de esto,
tan sólo estoy dispuesto
a ser grano en el granero,
a ser gota en aguacero,
a ser brazo
en el abrazo.
A seguir resistiendo cada día
escuchando ladrar a la jauría.
Tomás Galindo ©
Cuánto tiempo sin leer sus versos. Un renovado placer 🙂