El timo del empleo.

Dí­a 1
…pues yo voy a ir a un anuncio que he visto en el periódico y he llamado y me han dicho que sí­, que vaya, que igual me cogen, hacen una entrevista y ahí­ pues ya te eligen o no, y chica, no piden estudios ni experiencia, que ya es algo, porque en todas partes te ponen la dichosa experiencia o los estudios que es una lata. Además es una cosa de venta, que yo para eso valgo, que ya sabes, chica, una public releisions que soy, para vender seguros, que mira, ya sabemos lo que es eso, pero digo yo que alguien tiene que venderlos, y que se ganará su dinerito ¿no? ¿por qué no puedo ser yo? Y es una firma seria, eh, vamos, conocida. Esta tarde voy, ya te contaré.

Dí­a 2
…¡y me han cogido, que sí­ que sí­ que sí­, tí­a! ¡Que me han cogido! Pues nada, me atendió una tí­a muy así­ muy en plan yupi, con traje sastre y muy profesional, y nada, me hizo unas preguntas, que las tení­a allí­, el currí­culum, vamos, y luego nada, no era un examen, vamos, era más bien que qué querí­a yo, que por qué habí­a llamado al anuncio, que si me veí­a vendiendo seguros, que si me daba cuenta de que era una actividad muy exigente, sí­, tí­a, actividad exigente dijo, y nada, yo que sí­, que voy muy decidida, que valgo para las ventas y tal y tal. Así­ que nada, me estuvo explicando que lo primero de todo nos dan un curso antes de salir a vender. Sí­, chica, todo muy americano, que el curso no lo pagan, pero que cuenta como prácticas para la cosa del paro, y que luego ya se va a comisión, que claro, a todo el mundo no pueden coger, son tres meses en prueba, sin horario fijo y a comisión; y luego ya cogen fijos… Sí­, esto ya lo poní­a en el anuncio, sí­, claro, ya me explicó que es que no pueden hacerle contrato a cualquiera y que luego no venda nada, que esto no es como estar en una tienda, que tiene que mover uno. No, no, eso ya me lo explicarán en el curso. Pues nada, chica, yo si veo que no en el curso pues lo dejo, total qué pierdo por hacerlo, algo aprenderé ¿no?

Dí­aS 3 y 4
…cantidad, tí­a, cantidad de papeles, chica, y libros que me tengo que leer, todos de márquetin y cosas así­, y cómo presentarse y tal y cómo hablarle a la gente según sean hombres o mujeres o su edad, ufs, cantidad, cantidad. Pues nada, nos ha dado como una conferencia un directivo, con la tí­a que me hizo la entrevista, que a otros se las hizo él, que me lo dijo uno que me ha tocado de compañero, muy majo, que trabajaba en venta telefónica antes. Y nada, el tí­o que nos ha explicado los seguros que vamos a vender, que la verdad es que están muy bien, chica, pero muy muy bien, ya verás, seguro que vendo, seguro. Y luego nos ha dicho lo de la comisión, que es lo que cobramos nosotros los primeros tres meses, la comisión, y que luego ya te cogen fijo y cobras el sueldo y además una comisión distinta y vendes otros seguros también, ya en oficina y tal. Yo lo he visto bien, eh, tanto vendes tanto cobras, lo malo es que al principio no vas a vender mucho, claro, pero tiene la ventaja de que vas a tu aire, te dan un sector de la ciudad y te explican cómo ir a las tiendas, a los comercios, a los profesionales, consultas de médicos y cosas así­. No, bueno, nos han explicado que tienen gente que hizo esto y que luego siguió así­ a comisión porque lo alternan con otras cosas y así­ complementan, y otros que se quedaron fijos, ella, la tí­a, nos ha explicado que ella entró así­, y ahora es coordinadora y tiene su despacho y todo, donde me recibió, y vende y además lleva a los nuevos, con el otro, con el tí­o. No, el tí­o era más mayor, muy arreglado, yo creo que se tiñe y todo, ufs.

Dí­a 5
…cansadita cansadita, de verdad, ufs, tengo los pies molidos de tanto andar p’aquí­ p’allá. No, sola no, iba con un compañero, que nos han puesto por parejas al principio, pero que vamos, podemos ir a nuestra bola, pero nada, no hemos hecho nada, más que dar vueltas. Pues la tí­a cuando hemos llegado de vací­o, que no hemos sido los únicos por lo visto, nos ha dicho que no nos preocupemos, que ya venderemos, que lo que tenemos que hacer es ir a alguna gente que conozcamos que les pueda interesar, a algún negocio o comercio de donde vivimos, que allí­ nos conocen, y que ahí­ probemos, y que cuando hemos vendido uno, igual por ahí­ salen las sinergias. Las sinergias, tí­a, que es cuando vendes un seguro a uno, y le preguntas si le puede interesar a su hermano o a algún socio o así­. No, de verdad, que los seguros que llevo están muy bien, y lo tengo todo muy bien explicado y con unos folletos muy chulos, de verdad. Lo que nos ha dejado caer es que, como nosotros tenemos una comisión, lo que podemos hacer es ceder al cliente una parte de esa comisión, y así­, como le hacemos una rebaja, es más fácil que pique. Pues igual hago eso. El veinte, me llevo el veinte… ¡pues claro que está muy bien, a que sí­! Pues igual lo hago, que si voy y rebajo un diez, aunque yo gane la mitad, pues mira, para empezar… y además así­ voy haciendo ventas, chica, para que me cojan fija.

Dí­a 6
…y adivina a quién más… no ¡a mi abuela! Sí­, sí­, a mi abuela, chica, pero un seguro muy bueno, eh, y rebajándole toda mi comisión. Claro, la pobre mujer qué me va a decir, pues me ha firmado encantada, que a ver si me sale bien y me coloco, que es un sitio muy bueno, y que además da gusto verme bien vestida. Sí­, claro, pues con la falda negra la de media pierna y una blusa que no me conoces, que me va muy bien, y la chaqueta. Sí­, tí­a, como la tí­a esa voy, bueno, igual igual no, pero casi. Pues mis padres encantados, bueno, mi madre no dice nada, pero mi padre encantado de verme ahí­ con el portafolios y vestida así­. ¡Y me ha dicho que él también me va a comprar un seguro, para la tienda! Ya verás, aunque sea con los parientes y los amigos, algo iré vendiendo, el caso es empezar, y que conste que hago ventas, a ellos qué más les da si son parientes o qué…

Dí­a X
…no sé, chica, ahora vengo de echar en el Corte Inglés para las ventas de navidad, ahí­ igual me llaman, y si entras, pues bueno, ya tienes una patita dentro. Yo tení­a esperanzas de que me cogieran en Zara, pero chica, yo creo que me dijeron que no porque no iba a caber en el uniforme, para mí­ que sólo tienen uniformes para anoréxicas. Nada, lo de los seguros como el rosario de la aurora, un timo, tí­a, no habí­a manera de vender un seguro a nadie nadie nadie, yo vendí­ los de los parientes, y el chico que iba conmigo lo mismo, sólo vendimos a los parientes, que nos los cogieron por hacernos el favor, claro. Yo no sé, pero el chico este me dijo que habí­a hablado con otros que estuvieron en nuestro curso y lo mismo, que sólo habí­an vendido seguros a los parientes, y sin comisión ni nada, todos igual. Para mí­ que eso lo tienen montado para coger a unos incautos, ilusionarlos y que vendan seguros a toda la parentela, y luego nosotros solitos nos vamos ¡claro, como no podemos vender nada más, ni nos cogen ni podemos vivir de las comisiones! Pues ya ves. Sí­, menos mal que no te vendí­ ninguno… Total, que en realidad el vendedor es el que te da el curso, y yo la clienta, que compraba seguros por cuenta de mi familia. Ya ves, chica, sí­, claro, se aprovechan de los parados, claro… oye, que mañana te llamo que me voy a lo del buzoneo. Ay, qué hartita estoy de andar por ahí­ con un saco de papelitos para buzonear, coño.

Un viejo reloj de plata

Caí­a a plomo ese sol de verano que deja las calles vací­as a la hora de la siesta; el alcalde conduciendo su todoterreno por la gravilla que rodeaba la casa, se detuvo, bajó, y cuando ya se disponí­a a abrir la puerta se quedó parado con la mano en el pomo viendo cómo llegaba tras él el coche de la Guardia Civil.
-Buenas tardes, señor alcalde -saludó el guardia Gutiérrez con un dedo en la visera- Venimos en visita oficial.
-Buenas tardes Gutierrez, qué sucede, Marta -dijo dando un beso en la mejilla a la cabo que comandaba aquella pareja de civiles- Entrad, que nos vamos a quedar aquí­ como pajaritos con este sol. Preparo un café y me contáis qué ha pasado.
-¿Recuerdas a un indigente que llevaba en el pueblo unos meses, que pedí­a en la puerta de la iglesia y que no sabí­amos nadie cómo habí­a venido a parar aquí­?
-Sí­, claro, le daban vales de comida en lo de transeuntes, que se sepa no tení­a filiación, y aunque le dijeron varias veces que se fuera a una ciudad más grande, que aquí­ no iba a poder vivir del limosneo, por aquí­ seguí­a.
-Pues se ha encontrado su cadáver en una caseta de aperos abandonada que hay donde la explotación ganadera.
-Vaya por dios ¿y qué tiene que hacer el municipio en un caso así­?
-Nada, sólo darle tierra. Dice el médico que ha muerto de muerte natural, medio de viejo medio de miseria, no es preciso hacerle autopsia ni nada.
-Bueno, daré orden a la secretaria, que se ocupe.
-Pero no es por eso por lo que hemos venido a verte -le miró fijamente la cabo, al tiempo que le tendí­a un sobre de papel de estraza en el que abultaba algo en su interior- sino por esto.
El alcalde volcó sobre su mano el contenido del sobre, que resultó ser un panzudo reloj de bolsillo, de plata vieja. Le quedaba un trozo de cadena de cuatro o cinco eslabones, también de plata, al final de los cuales habí­a un imperdible de tamaño mediano.
-Llevaba el reloj colgado de los ropajes por dentro, no tení­a otras pertenencias. Ábrelo y mira dentro.
-Lleva mi nombre.
-Y tu apellido, fí­jate bien, se ven las primeras letras, aunque el resto esté más desgastado. ¿Tú sabes algo de esto? ¿Se trata de un robo?
El alcalde sopesó el reloj, lo miró fijamente, como haciendo memoria y luego desvió la mirada a un viejo retrato del abuelo que reposaba sobre una mesita llena de pequeñas fotos con artí­sticos marcos de plata.
-No, me parece que ya sé quién es el mendigo y qué reloj es este. Luego me pasaré a ver si lo puedo identificar, aunque se trata de alguien a quien no he visto en la vida, quizá le saque un parecido familiar.
-¿El fallecido es de tu familia?
-Sí­, creo que sí­, y este reloj tiene una vieja historia que contar.
-Pues me la cuentas. Y usté, Gutiérrez, dé aviso de que estaré aquí­ y váyase a dormir la siesta y me viene a buscar a las siete, que es viernes y esta noche tendremos faena.
-A la orden mi cabo. Muy rico el café. Que ustedes lo pasen bien. Continuar leyendo «Un viejo reloj de plata»

La prueba


Nunca le habí­a dado tan fuerte. Estaba casi, casi seguro, de que esta vez era la buena, la definitiva. Nunca antes habí­a sentido algo así­ por una mujer, tan profundo, tan placentero; nunca se habí­a visto estableciendo un lazo de comunicación como el que tení­a con Azucena. Eran almas gemelas.
Habí­a llegado la hora de la prueba.
Conoció a Azucena, dónde si no, en la biblioteca del pueblo. En realidad la tení­a vista, una mujer que no llamaba precisamente la atención, discreta, vistiendo vaqueros y blusas, vestiditos floreados que le daban un cierto aire antiguo, parecidos a aquellas enaguas que llevaban nuestras abuelas. Con sus gafas de concha y su pelo recogido era la imagen misma, estereotipada, de su propio oficio: maestra. Azucena, bien que mal, desasnaba a chicos y chicas en la escuela local, antes de que fueran al instituto. Y él, luego, en el instituto, procuraba encauzarlos hacia la formación profesional, para que salieran buenos fontaneros, cocineras o modistas y no engrosaran las filas de intelectuales con í­nfulas y en el paro.
Habí­a ido a buscar un libro de T.S. Eliot y, oh sorpresa, estaba cedido ¡desde cuándo habí­a alguien interesado por la poesí­a en aquella aldea! Al principio le habí­a fastidiado bastante, a Silvio le fascinaba la poesí­a y, sabedor de que carecí­a del don poético, escribí­a extensas y farragosas crí­ticas poéticas que mandaba a sesudas revistas de cí­rculos intelectuales y universidades, donde, a veces, se los publicaban, llenándole de merecido orgullo.
Le habí­a fastidiado. Ahora estaba empeñado en un estudio sobre el funcionariado y la burocracia en la poesí­a y, claro, pensaba empezar por Eliot y Baudelaire. Se puso a mirar otros libros de poesí­a que habí­a en el olvidado estante del rincón. Los habí­a leí­do todos, todos los que no tení­a en casa, claro. En casa tení­a muchos más que la biblioteca pública. Les fue echando un vistazo y comprobó, sorprendido, que sólo habí­a dos usarios que los leyeran: él mismo, y el socio número 50.
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El zorro

Era mediodí­a y el sol pegaba fuerte por encima de los pinos. No debí­a estar caminado por el campo a esas horas y con ese calor. Me puse un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, como un paleta en un andamio y seguí­ por el camino polvoriento. Zumbaban todo tipo de amenazantes insectos a mi alrededor y habí­a en el ambiente un sonido de vida y de naturaleza, un sonido cómodo, que dejaba oí­r cualquier matiz, cualquier nuevo instrumento, cualquier eco.
Unos metros más adelante vi el rí­o, desde esta orilla no podí­a vadearlo, deberí­a ir más arriba o más abajo, pero la vista era bonita: el rí­o tras unos arbustos, donde me habí­a metido yo, con un agua verde y lenta, y al otro lado, una pequeña playa pedregosa, los altos álamos y una gentil zorrilla acercándose pizpireta al agua.
Coño… sí­, es un zorro. Caray, nunca habí­a visto un zorro así­, en el campo, al natural, sin una reja delante y un cartel. Con los arbustos no me ve, ni me huele, porque el viento viene de allí­. Seguramente irá a beber, con este calor… pero es raro, mira y mira y olisquea hacia los lados, se queda extrañamente quieto ¿tendrá una presa cerca? No puede ser, salvo que la presa sea un pez o una rana, está muy cerca del agua. Ahora se da la vuelta, mira en la gravilla, por entre los árboles, y coge algo del suelo con la boca… es una ramita. Qué raro, un zorro que coge una ramita del suelo con los dientes. Una ramita, como de un palmo de larga o poco más, con un par de hojitas secas en la punta ¿para qué la querrá? Decididamente esa raposa hace cosas raras. Me la quedo mirando, o me lo quedo mirando, según sea zorro o raposa, mientras sigue inspeccionando los alrededores, inquieto, desconfiado, con la rama en la boca. Se queda mirando hacia los árboles y retrocede por la playa de arenisca hasta llegar al borde del agua de espaldas, mojándose las patas traseras. ¿Algo le amenaza que le obliga a meterse en el agua de culo? ¿Y la ramita qué pinta? Es muy extraño todo esto: el zorrito va entrando poco a poco, muy lentamente en el lento fluir del rí­o, metiendo las patas traseras y la punta del rabo. Sí­, compruebo, que paso a paso y muy lentamente, se va metiendo en el agua de espaldas, sin dejar de mirar nervioso hacia los lados, y sosteniendo la ramita en la boca. Ya tiene las patas delanteras también en el agua, y las traseras casi enteramente mojadas, junto con el rabo. Si hay algo que le amenace entre los árboles, yo no lo veo, y el zorro sigue su marcha atrás, su lenta marcha atrás hacia el rí­o, ya le llega el agua al vientre y tiene las patas enteramente dentro del agua. Se estará refrescando, digo yo. Pero si fuera eso no estarí­a entrando de espaldas ¿tanto miedo tiene de algún potencial enemigo que le coja desprevenido? ¿Y por qué sostiene la ramita con los dientes? A lo tonto a lo tonto, ya lleva un ratito, ya, no parece tener prisa, va poquito a poco entrando, pasito a paso, dentro del agua, ya le llega por medio cuerpo, por el cuello incluso. El agua baja mansamente y no lo arrastra, el zorro sigue moviéndose con lentitud, ya medio nadando, se nota que dobla las patas para meterse más en el agua, evitando flotar, ya sólo tiene fuera del agua el cuello y la cabeza, y aun esto lo va mentiendo poco a poco dentro del rí­o. un minuto más tarde sólo le asoman del agua el hocico y los ojos. Y la puñetera ramica que no la suelta. Aguanta así­ un rato, por el movimiento que adivino, más que veo, de su cuerpo y sus patas, hace esfuerzos por mantenerse en el sitio y no nadar ni flotar, y ahora… ¡hop! ¡increible! ¡ha metido la cabeza enteramente dentro del agua ¡sólo se ve la ramita!
Y de repente, zas, sale corriendo como alma que lleva el diablo, perdiéndose entre los árboles, sin parar ni a sacudirse el pelaje, y sólo quedan de su presencia las ondas en el agua y la ramita flotando lentamente, mansamente, por el rí­o abajo.
Me doy cuenta de que me he meado en los zapatos, con esto de no quitarle ojo al condenado animal.
Algo me dice que me voy a volver mico tratando de desentrañar el sentido de toda esta historia zorruna, si es que lo tiene.