Gafas


La primera vez que la vi ya me llamó la atención. Tení­a pinta de rubia natural, no de las de bote, de esas que abundan, no, esta parecí­a de las que pueden desnudarse en el gimnasio y dejar que las compañeras de sauna comprobaran la autenticidad de sus rubios bucles. Un color cerveza de lo más castizo. Sí­, no parecí­a una rubia teñida, llevaba una gabardina marrón sobre un traje sastre de ejecutiva. Y gafas negras. Gafas de alguien a quien le molesta vivamente la luz. Gafas, quizá, de mujer que quiere poner una separación, una distancia, entre ella y el mundo. Luego volví­ a verla con otros atuendos, siempre, eso sí­, formales, y siempre con sus gafas negras. Pantalones vaqueros azul oscuro, chaqueta de terciopelo negro, blusa blanca y el pelo recogido en una larga cola dorada con un lazo también de terciopelo negro era su vestimenta más informal. Al parecer trabajaba en el mismo edificio que yo, quizá en alguno de los bufetes de abogados que hay allí­. No parecí­a tener muchas amistades; pese a su gran belleza comí­a cada dí­a sola, como yo, en Mario’s, en una de las muchas mesitas individuales, e incluso en un taburete en la barra. Uno de esos ligeros almuerzos a la europea, ligeros y escasos, nada de las opí­paras comilonas españolas merecedoras de reparadora siesta. Cuando estaba en el interior del restaurante gastaba unas gafas más ligeras, de montura fina y un poco a lo matrix, pero exactamente tan oscuramente impenetrables como las que se calzaba en la calle. Y en el metro. Hací­amos un par de paradas juntos, desde donde yo hací­a el último transbordo; lo que significa que ella viví­a en las afueras, o bien, esto último parecí­a más probable, en la parte alta, cara, pija y elitista de la ciudad. Yo, al poco de fijarme en ella, reconozco que la miraba con bastante desparpajo. Es que es una mujer que tiene mucho que ver, esa es la verdad. Delgada pero sin escaseces, alta,bien formada, con un pecho generoso, ofrecí­a una estampa de rotundidad femenina, algo descarada, dentro de una imagen de reserva y sobriedad de movimientos y atuendo. Conforme iba coincidiendo más veces con ella procuré sér más discreto en mi… Continuar leyendo «Gafas»

Yo soy malo… id tomando nota.


Yo soy un malvado potencial, o lo que puede ser parecido aunque no idéntico: malo de vocación. No un malvado Carabel, que veí­a en la maldad ajena la rzaón del triunfo social, no, no persigo con mi maldad encumbrarme ni ascender los escalones que conducen a la posesión de riqueza y poder desmedidos. Yo soy malo porque es más divertido que ser bueno. Así­ de simple. La vocación se me reveló en el colegio, cuando el padre Pí­o, un gordo asqueroso que sobaba a los empollones, respondió a una pregunta acerca de qué era el cielo. Y dijo que el cielo, el premio para los que mueren en gracia de dios (bueno, él lo dijo con mayúsculas), era precisamente eso: la contemplación del señor durante toda la eternidad. Y yo, así­ al pronto, me dije: «Pues vaya aburrimiento» Una eternidad mirando al de la barba pues como que no me convencí­a. La verdad es que una eternidad es mucho rato para cualquier cosa. Así­ que desde entonces me dediqué, primero a informarme, y luego a cultivarme, sobre los beneficiosos efectos que podrí­a reportarme el ejercicio de la maldad. Son más de los que podrí­a parecer a primera vista. No tardé mucho en poder comprobarlo. De la noche a la mañana me convertí­ en un alumno aplicado; mis notas comenzaron a mejorar ostensiblemente. Me metí­ a monaguillo y tuve acceso al aula de profesores, y a la mí­a propia fuera de horas de clase. Es fácil distraer un par de llaves y hacerles copia. A mí­ me llevó el tiempo de un recreo. Desde entonces el libro solucionario y las preguntas de los exámenes no guardaron secretos para mí­. Viví­a muy bien, no daba golpe y me trataban a cuerpo de rey. Era un niño ejemplar. Decidí­ que eso me convení­a, que era una buena manera de pasar la inevitable y aburrida etapa escolar. Por lo que no estaba dispuesto a pasar era por el tratamiento especial del padre Pí­o. Ser malo no se reducí­a a información privilegiada de tareas y exámenes, era necesario dar el siguiente paso. El gran paso. En realidad el primero en una vida que anhelaba llena de maldad. Debí­a probarme. Fue muy sencillo. Si me animó tanto a proseguir por la alternativa senda del crimen fue por la facilidad con la que cometí­ este primero. El padre Pí­o era gordo, tremenda y babosamente gordo, con una papada que le llegaba a ocultar casi por completo el cordón del crucifijo. Parecí­a tener la cruz colgándole del papo. Bajando las escaleras, en el tramo más largo, con todos los alumnos del aula, y de otras, rodeándonos, le hice la zancadilla y le empujé. Cayó cuatro escalones más abajo, de tripa, y se dio con el canto de un escalón en la frente. Aunque no fue eso lo que le matón, sino su propio peso. Al caer se rompió casi todas las costillas, aplastándose los pulmones. Murió asfixiado, como las ballenas que quedan varadas en la playa, ví­ctima de su tonelaje. No se dio cuenta ni dios (definitivamente con minúscula). Continuar leyendo «Yo soy malo… id tomando nota.»

El vaso de noche


Este sucedido, que lo es, hay que oí­rselo contar a Ángel Mesado, relojero de la ciudad de Jaca, defensor vehemente de monumentos y tradiciones, prócer ilustre, y eximio y ultimí­simo entendedor de esos ingenios con tripa de muelle y ruedas dentadas que han sido barridos por la electrónica de usar y tirar. Este muní­cipe munificiente alberga en su tienda, en plena Calle Mayor, una rebotica a la antigua usanza, que es obligado lugar de paso de muchos de sus convecinos y no pocos foranos, donde se departe amigablemente sobre temas de interés general, y los particulares de la industriosa capital pirenáica, y cuanto le atañe en cuestiones del románico, el Camino de Santiago, y los muchos piedros más o menos vetustos y meritorios que ornan la comarca. Nada más lejos de ser un mentidero ni un conventillo de murmuraciones que esta trastienda ilustrada, por cuanto lo que aquí­ se escucha, bien podrí­a salir en el Espasa, cuando no en el BOE, y hemos de dar crédito, pues, a la veracidad de este singular episodio.


Seguir leyendo
Continuar leyendo «El vaso de noche»

De cómo operaron dos veces de la próstata al tí­o Siscu


A todo esto que mi primo el Jordi, o sea, Yordi, el que trabaja en el Hospital de Bellvitge, o sea Belbiche, es un trapisondas. (La Familia Trapisonda, un grupito que es la monda, otro dí­a hablaré de tebeos viejos). Pues que estuvo viendo al tí­o Siscu (Francesc pone en el dni, que yo lo he visto) que lo han operado de la próstata y andaba chuchurrí­o y con razón. El Jordi se ve que no se quedó muy contento de lo que le habí­an hecho al tí­o los colegas, y estaba de mala leche. Lo cual que luego se fue a su trabajo, que como es médico trabaja allí­ de no sé qué, pero no mata, o sea, no atiende enfermos (igual los mata con mayor disimulo). Y que cabreado con lo del tí­o, andaba distraí­do y ensimismado y va y se corta un dedo, no todo, una rajilla, con un bisturí­ o algo parecido. Claro, como en casa del herrero, al tí­o, o sea, al primo, para curarse no se le ocurre otra cosa que buen chorro de alcohol, que ahí­ lo tienen en garrafones, pero con tan mala malo que va a curarse al lado de un mechero bunsen (que no quieras enterarte de lo que significa bunsen en alemán…) y zas, se prende fuego la mano, el brazo y el bigote. Continuar leyendo «De cómo operaron dos veces de la próstata al tí­o Siscu»

La máquina de la Navidad

El Director de Planificación Social había sido explícito, y hasta rotundo. Cierto que había abusado de todo tipo de tecnicismos y palabrería política, pero se había dado a entender; y lo que les había dicho era que estaban en la necesidad, en la “imperiosa necesidad”, de interferir, nada menos, que el Plan General de Propaganda. Ni los más viejos de la comisión habrían podido pensar algo parecido. Y al final, el regalito le había caído a él: Martin L., Dirigente de Octava Categoría, con una brillante trayectoria que, si nada lo remediaba, iba a acabar en funcionario de alguna explotación lunar, o reeducando marginales en cualquier recinto para delincuentes. Un buen final para su carrera.
Desviaciones de conducta, había dicho… ¡Que la gente se harta de tanta consigna! Que algún día los instintos disgregadores de los individuos pueden pesar más que las doctrinas de comportamiento. ¡Diablos! Todo eso para decir que, de seguir así esto puede explotar, y tenemos otra revolución como la que precedió a la última Fase Bélica. Sí, que la gente necesita de una válvula de escape, algo que les distraiga de vez en cuando; eso era harto sabido. Ya lo habían intentado. Lo intentaron con el deporte, pero las posturas se radicalizaron, los ánimos se exacerbaron, y los odios partidistas produjeron efectos contraproducentes, por no hablar de las víctimas de la violencia. Lo intentaron con los viajes interplanetarios y las colonias en satélites, pero aquello no dejaba de ser el trasvase de muy pocas personas de un lugar a otro… y ahora ¿qué querían que hiciera él? ¿Arreglar el mundo? Por eso, cuando conoció a aquel personajillo se le abrió la puerta de los cielos.
León P., Analista Programador. Especialista en Conducta Social, con licencia de historiador, y con aquellas barbazas extrarreglamentarias. ¡Qué idea la suya! Al principio dudó de su efectividad, pero cada vez lo iba viendo más claro. Había tenido, eso sí, que informarse a conciencia. Bucear en las terminales del Archivo Central y, hasta llegó a tener en sus manos un libro ¡un auténtico libro de papel! Pero de todas aquellas reliquias arcaicas surgió lo que luego sería su gran operación, el trabajo de su vida. La válvula de escape llevaría por nombre el “Plan N.” Y ello partiendo de una antigualla prehistórica, de una cosa llamada… Navidad.
El Gobierno Central de la Confederación lo había aprobado, con toda clase de felicitaciones, y urgido a disponerlo cuanto antes, para aprovechar el primer cambio de numeración anual, que estaba cercano. La entrada del 798 de la Era Confederativa iba a ser sonada.
Sólo los malditos tecnócratas de la Unidad Central de Control de Masas se habían mostrado reacios. El propio Director General de Introducción de Programas había bramado. No le gustaba que un recién llegado como León P. metiera sus narices (y menos sus barbas) en la Unidad Central, y diera de lado a todos los operativos para meter su maldito “Plan N.” ¡Qué objeto tenía preparar una flota especial que trajera y llevara viajeros de las colonias a visitar a sus parientes! ¿A qué venía incrementar la producción de glucósidos? ¡Qué rayos era aquello de transmisión de felicitaciones! Felicitar ¿qué? Por poco no le hace tragar el disco con la autorización del Gobierno a aquel estúpido histérico, para que dejara a León P. maniobrar a sus anchas con los mandos de la Unidad Central. ¡Había que verlo, cómo disfrutaba! Conectó su unidad de transporte de datos al receptor, y soltaba una risita de satisfacción cada vez que el indicador comunicaba la absorción de un bloque. Y, mientras, canturreaba una tonadilla pegadiza, que decía no sé qué tonterías de una puerta, con sol, luna, estrella, o algo así.
Ahora, el Dirigente de Séptima Categoría (le habían ascendido) Martin L., era un hombre satisfecho. Se citaba su nombre en los comunicados oficiales del Gobierno; recibía un sinnúmero de felicitaciones navideñas (tenía una muy original, con un sonriente robot puericultor rodeado de menores) y le produjo una extraña emoción ver su imagen tridimensional en la pantalla del intervisor popular, en un programa documental. Aunque, por su corta estatura, no quedaba demasiado bien al lado del corpachón de León P.
Pero lo mejor, sin duda, habían sido los resultados no previstos en el plan. Estos iban más allá de todo lo esperado. Los índices de consumo de alimentos de segunda y tercera necesidad se dispararon, con la consiguiente alegría de los directores de stocks, que veían descender el nivel de almacenaje de productos de difícil salida. Se importaba mucha más energía de las colonias, y se exportaban objetos de extraña índole, como aquella partida de magnetotrineos para Fobos. En suma, el comercio era más fluido, el consumismo no conocía igual desde la última Gran Amenaza, y había cosas, como la demanda de espectáculos festivos que, simplemente, no se podían atender. Sí, el Dirigente Martin L. tenía razones para estar satisfecho. Y lo estuvo, …hasta que dejó de tenerlas.
Acababa de ver las últimas noticias, antes de prepararse para su descanso periódico, cuando dos agentes de la Protección Social irrumpieron en su cubículo particular, en enseñaron una orden de entrevista con el Dirigente Protector y, sin más contemplaciones, cargaron con él, le metieron en un aerotrans, y le condujeron a través de media ciudad hasta los sótanos del Gobierno Central. Conforme iba avanzando la cinta transportadora por los pasillos, pudo comprobar el alto grado de actividad que se vivía, y la inusual agitación con que todos parecían verse impelidos. También observó, con creciente temor, las reprobatorias miradas que le dirigían quienes se cruzaban con él. Aquellos tipos le introdujeron en la sala de la Junta de Gobierno, saludaron, y se quedaron a ambos lados de la puerta, sin despegar los ojos de él, y con los disuasores en posición de disparo.
-¡Enhorabuena, Martin, enhorabuena! –y quien se dirigía a él, encolerizado, era el mismísimo Primer Dirigente- ¡Qué demonios se propone usted! ¿Acabar con la sociedad, o es que está chiflado?
-Primer Dirigente… Martin, estupefacto, apenas podía articular palabra- …No… no sé a qué se está refiriendo.
-¿Todavía no lo sabe? Datos, Martin, datos; el mundo se viene abajo, se está volviendo loco. Le leeré las últimas estadísticas: crece el descontento entre la población por la política gubernativa, en general. Disminuyen alarmantemente las matrículas en los parvularios del Partido Único. En Brasilia piden la apertura de una actividad clausurada llamada samba. En un pueblo denominado… a ver…Londres, solicitan autorización para volver a fabricar perros. ¡Perros! ¿Se lo figura? Los habitantes de Vieja York quieren reabrir una pinacoteca ¡arte individualista, algo totalmente ilegal! ¿De dónde han salido todas estas ideas? ¡De su maldito plan! Los ciudadanos de TokyOsaka se quejan de que en los transportes colectivos van muy prietos. Los del observatorio de Monte Everest de que hace aire. En Pekín quieren ver los partidos oficiales de ping pong en el lugar, en vez de por intervisor. ¿No tenía idea de nada de esto? Pues entonces tampoco sabrá lo peor; cuénteselo. Programación.
-Lo peor es que el plan debía haber finalizado a las 24 horas del sexto día, y en lugar de hacerlo, la máquina ha vuelto a emitir como al principio del plan, ¡y no hay forma de pararla!
-¡Pero eso no es posible! –exclamó Martin L. enjugándose el sudor- León P. limitó el programa a un periodo determinado, ¡debe tratarse de un error!
-¡Error! Cuénteselo, Personal. –volvió a clamar el Primer Dirigente.
-No existe ese hombre. Todo rastro de él ha desaparecido de los registros, filiación, nóminas, domicilio… es como si nunca hubiera existido.
-Pero ¡debe haber algún modo de frenar el proceso!
-No lo hay. Ese hombre intervino las pautas de conducta de la Unidad Central de forma para nosotros desconocida. Debió emplear una clave personal que no se deja interferir por nuestras órdenes. Lo único posible es… desconectar y reprogramar.
-¡Desconectar y reprogramar! ¿Qué le parece eso Martin, se imagina TODO paralizado durante meses enteros? ¡El caos! Y su maravilloso plan sigue haciendo de las suyas… Atienda los últimos informes: la recién creada Unión Buenista, (Buenista, qué mal suena) pide la ampliación del parque botánico mundial, de 500 a 5000 ejemplares, y proponen que en unos años haya un árbol en cada ciudad. ¡Qué se imaginan que somos! ¿Una unidad de cultivos vegetales, como la productora de algas de Titán? Y, fíjese bien, Martin, fíjese bien… desde el comienzo del plan, el número de parejas que han solicitado una concepción se ha multiplicado por ¡catorce! Pero lo más temible ya está empezando a pasar… ¡Protección!
-Sí, señor: una compañía de la Protección del Ciudadano se ha negado a utilizar sus disuasores, para acabar con una manifestación de esos Terroristas Ecológicos. Y la Unión de Fabricantes de Artículos para la Paz Ciudadana ha registrado una disminución de sus pedidos de municiones del noventa y siete por ciento. ¡No sé dónde iremos a parar si se paralizan las industrias más importantes!
-Yo se lo diré, Martin –y todos temblaron al oír sus palabras- ¡Al descontrol! ¡A la disgregación! ¡Al autogobierno! Y… señor Martin L., si llegamos a caer en el abismo de la democracia… ¡usted será el único responsable!
-Pero ¡nada de esto es posible! ¡León P. es real, ustedes le han visto, han hablado con él, no puede haber desaparecido!
-Pues lo ha hecho. Hemos intentado hallarle por todos los medios, sin resultado. Incluso he ordenado una revisión total de los archivos, tratando de encontrar la clave que nos lleve a él. Todo inútil. Por eso le hemos traído. Usted le ha tratado, le conoce mejor, y ha estudiado los antecedentes históricos del plan. Quizá pueda descifrar su verdadera identidad, estamos esperando los resultados de la indagación.
Todos permanecieron mirándose unos a otros nerviosamente, tamborileando con sus dedos en los asientos, haciendo esfuerzos por no exteriorizar su agitación interior. Miraban el encenderse y apagarse de las luces en el panel del terminal, aguardando la respuesta a sus incógnitas.
En aquel momento se iluminó de verde el último indicador, y la máquina, con voz suave y en absoluto metálica, comenzó a decir, al tiempo que sus palabras se reflejaban en la pantalla:
-“Investigación sobre León P. No existe tal indivíduo en mis registros. No obstante, por análisis idiomático a través de los archivos históricos, recomiendo consulta de ficha abierta, con referencias a un personaje de su descripción física, y cuyo nombre es el mismo, sólo que al revés… en lugar de León P., …P. Noel”.

León P.