El margen de beneficios


¿Alguien sabe por qué cada año suben los precios de todo y se han de ajustar sueldos y pensiones? Ya sé, ya sé, la macroeconomí­a es un lí­o. Aunque no os lo creáis, hubo tiempos en que los precios de las cosas permanecí­an estables por periodos de tiempo indefinidos. Los gobernantes se permití­an, incluso, dictar los precios de determinados productos básicos, como el pan, y hacer de la hogaza prácticamente un patrón como lo es hoy el oro. La verdad es que hasta hace bien poco tiempo se ha venido usando el trueque como forma básica del comercio, y no el dinero. El dinero ha estado vinculado a su aspecto de moneda, y monedas habí­a demasiadas y nadie sabí­a bien cuánto valí­an, habí­a que determinar su composición, si era oro, plata, cobre o aleaciones tradicionales, lo que hací­a que todo se complicase mucho. La falta de moneda complicaba el comercio, pero también hací­a mucho más estables los precios, porque el dinero se usaba, sobre todo como referencia para comprar una cosa y vender otra, de tal forma que cuando uno pedí­a un bolsón de ducados por unas reses, lo hací­a pensando en que ese bolsón es lo que le cobraban por unas fanegas de trigo, con lo que no importaba mucho el tamaño del bolsón, sino el de las vacas o el grano. El dinero se usaba temporalmente, tení­a un uso, y eran contados los que tení­an tesoros en sus arcas, la gente preferí­a cosas más palpables y menos robables, como tierras y ganados. No es hasta el establecimiento de las primeras casas de bolsa en Amsterdam cuando se le empieza a ver la utilidad al comercio de dinero, y a los depósitos bancarios como bienes con auténtica capacidad de incidir en la vida social y polí­tica de los pueblos, como comercio en sí­, y no como una utilidad aneja al comercio. Recuerdo un episodio curioso de Luis XIV el listí­simo rey francés. Como andaba mal de dinero con los fiestorros de Versalles, un buen dí­a se le ocurrió hacer una moneda nueva, el nuevo luis de oro, recogió los luises de oro viejo, los fundió, hizo los luises nuevos y los repartió… pero de cada doce monedas hizo trece. Claro, el coletazo económico tardó en percibirse, pero esos trucos siempre acaban pagándose. Y el que paga es el pagano final: el paisano. Como cuando, dicen, Franco le daba a la manivela de hacer billetes y se pagaba lo que hubiera que pagar, aunque al poco tiempo hubiera otra devaluación, que nadie sabí­a bien qué era, hasta que subí­a la gasolina y todo lo que vení­a de fuera.
El caso es que el motivo de que los precios suban sólo tiene sentido en el comercio con el exterior, hay un toma y daca, un tira y afloja (eso es el comercio) se vende, se compra, y se pretende vender caro y comprar barato. Si a eso unimos que uno quiera un beneficio y que el trabajador pretenda mejorar, porque el trabajo también es una mercancí­a que se compra y vende… los precios suben. El aumento de los sueldos y pensiones es, pues, el factor de corrección, el trabajador que también sube su precio, tarde y mal.
Pero no hay que perder la perspectiva, todo eso se hace porque el principal objeto de comercio, la primera y principal mercancí­a del mundo es el dinero, el propio dinero, y todo eso que se corrige (y no siempre todo) es lo que ya se han metido al bolsillo los manejadores del cotarro, los de siempre. Y los pobres siempre vamos detrás tratando de recuperar la calderilla.
Con esto de internet ¿podrá Google acabar supliendo a los bancos? Que uno tenga una cuenta de dinero como tiene una cuenta de correo, y pueda ir pagando como quien pone un mail, y recibir ahí­ los cobros de la electricidad o la gasolina o la compra en las tiendas. Huy, lo que he dicho…

Que pase algo


Se ve que vivimos inmersos en una rutina que enfada, desgasta y atenaza los ánimos, de suerte que necesitamos que pasen cosas que la alteren. Lo que sea, pero que pase algo. Ayer asistí­ a los primeros anuncios de colonias en la tele, o sea, fragancias que se dice ahora, preludio inacabable de un latazo que nos acompañará hasta el mismí­simo dí­a de Reyes del año que viene. La navidad hay que anunciarla cuanto antes, porque las etapas intermedias entre fechas que se salen de la norma hay que apurarlas al máximo. Así­ vamos brincando de Reyes al carnaval, de ahí­ a la semana santa, de ahí­ al veraneo, las fiestas patronales, los puentes, hasta el de la consti, y por fin de nuevo, navidad. Por cierto que, como Todos los Santos es una fiesta triste y aburrida, está ganando adeptos a matacaballo la fiesta de jélogüin, mucho más diver, también la están anunciando ya, un mes antes; hay que empezar a comprar máscaras, disfraces y chucherí­as. El corty cada vez anuncia antes cualquier cosa que anuncie, y nosotros mismos hablaremos del invierno en noviembre, aunque no empiece hasta que casi acaba el año. El caso es olvidarnos de que es martes, o jueves, o lo que sea, de un triste octubre a mitad de camino de ninguna parte, trabajando, estudiando, aburriéndose, y pensar en que estamos tomando carrerilla para alguna diversión que nos depare el futuro.
Y esto es sólo la parte menos significativa del asunto. La otra es que anhelamos noticias fuertes, vivencias fuertes. Que alguien vuelva a invadir un paí­s en directo, como Irak mismo, para poder verlo por la tele con el culo prieto, por ejemplo.
Viene todo esto a cuento de lo que oí­ a unos viejos hablar, uno decí­a que tení­a que triunfar la polí­tica nacionalista a ultranza del PP y meter en la cárcel a todos esos batasunos, peneuvistas, los de esquerra y a los rebeldes y desobedientes, y si hací­a falta, mandar los tanques a patrullar por las ramblas o rí­a arriba, rí­a abajo. Y el otro le contestaba que sí­, que eso mismo, y que si no, que se rompiera la bajara y se cambiara la constitución y se hiciera una república federal y cada autonomí­a por su lado de una vez. ¡Les daba lo mismo! Cualquier cosa menos la polí­tica rutinaria, la falta de noticias sabrosas, y que el gobierno contemporice y contemporice sin romper ni cambiar nada. Les traí­a al fresco lo que pasara siempre que no siguieran en este impás, que dicen los franchutes.
El personal está más por la acción, por lo vistoso, que por la reflexión y su lento devenir. Algunos, ya se sabe, se meten con el coche por dirección prohibida para que les muerda la adrenalina, y sin preocuparse de que pueden matar a alguien, o darse la gran hostia o ambas cosas. Es peor aún cuando en vez de ser algún memo por su cuenta, o cuatro gamberros, son grupos sociales organizados. Y todo por matar el gusanillo. Lo malo del bienestar y el primer mundo es que aburren, habrí­a que buscar un jobi a la sociedad civilizada para que no nos dediquemos a joder la marrana. Los chinos, tan sabios ellos, y con tantos miles de años muriéndose porque no habí­a arroz para todos, tienen una maldición muy inteligente: Ojalá vivas tiempos interesantes.

El glorioso Ejército Español

Vaya pintas de glorioso que tení­a yo de recluta, eh.Andaba yo escuchando unas marchas militares (¡qué emocionante la música militar!) cuando me dio por reflexionar acerca de dónde le vení­a la gloria al glorioso Ejército Español. Coño… y que no me salí­a. ¿De dónde le viene tanta gloria? ¿Alguien lo sabe? El Ejército se supone que tiene por misión defender España de sus enemigos, pero yo es que no recuerdo cuándo ha hecho eso «con gloria». Igual es, lo reconozco, que siempre he estado pez en historia. El Ejército se las pintaba muy bien dándoles p’al pelo a los extranjeros, y en el extranjero, pero dudo que a plantar picas en Flandes se le pueda llamar defender a España. Se les daba bien masacrar tagalos en Filipinas, o cubanitos, o correr al moro a hostias en el protectorado de Marruecos, pero, o esos territorios no eran España, o el glorioso Ejército salió derrotado también de todos esos sitios (el abuelo de nuestro rey hasta llegó a llamarles gallinas, por cierto).
La defensa de España no les sale, o no me viene a la memoria, caray. La última vez que alguien nos invadió, que fue cuando lo de los cuadros de Goya, al Ejército Español le pasó por encima el rodillo napoleónico en cuestión de dí­as, y sólo se recuperó el gobierno de España porque los ingleses le echaron una mano (y un par de güevos) a los batalloncitos de Castaños, que era lo último que quedaba en pie; y sobre todo gracias a los juanes y las marujas y las agustinas, que se liaron con piedras y garrotas a cascarle al gabacho.
A partir de ahí­, el glorioso Ejército Español ha ido oliendo cada vez peor, por aquello de que cada vez habí­a menos colonias, y no ha servido más que para liarla y liarse en guerras y algaradas fratricidas y en nuestra propia piel de toro. Los ruidos de sables, los pronunciamientos, los golpes de estado, las rebeliones y las dictaduras militares han salpicado de deshonra al que deberí­a ser glorioso Ejército Español, hasta llegar a preguntarnos si realmente sirve de algo, si no es un gasto oneroso y superfluo, y si se merece tanta alabanza y tantos miramientos.
Precisamente ahora, metido en harina donde el gobierno español piensa que es beneficioso para la nación (eso ya es cuestión de opiniones polí­ticas) es donde se está dignificando y donde se está dejando la piel y la sangre, obedeciendo ¡ya era hora! las órdenes de la superioridad. Y se lo está ganando a base de muertos. Y de trabajo. El glorioso Ejército Español tiene mucho tajo por delante si quiere que muchos dejemos de considerarle una institución retrógrada vinculada a los intereses de los dueños del paí­s, para pasar a ser lo que dicen los papeles que es.

Doce de septiembre: San Autónomo


Señor San Autónomo, te pido en tu dí­a salud para mi mujer y mi hermanico, y mis primos y tí­os, que son todos tocayos tuyos y dependen de tu infinita bondad para aportar los garbanzos y el techo y los zapatos a sus familias. No les desampares, que no están los tiempos para remilgos. Luego hablamos tú y yo del cirio que te tengo que comprar, y hazme un poquico la vista gorda ¿eh?. Amén.

Digresión poética


Decí­a George Orwell allá en 1942 y escribiendo sobre Rudyard Kipling que era un buen poeta malo, y se sacó del bolsillo una clasificación muy original de la poesí­a y los poetas, algo así­ como que la poesí­a se divide en buena y mala, y los poetas a su vez en buenos y malos. Ojo, que la división tiene truco. Así­ hay buenos poetas que hacen buena poesí­a y malos que la hacen mala, pero lo curioso es que también hay buenos poetas que escriben mala poesí­a y malos poetas que la escriben buena. ¿Seré capaz de explicarme?
La buena y la mala poesí­a son eso, obviamente. Pero hay poetas capaces, gracias a su buen oficio, a su pericia, a un sentido superior de la belleza, incluso gracias a su gracia, que son capaces, decí­a, de casi emular la buena poesí­a en sus composiciones, de elevar, a base de buen hacer aquello que escriben hasta un peldaño inmediatamente inferior al de la buena poesí­a. De acercarse a la poesí­a de auténtica calidad artí­stica y moral, y de hacer, incluso, una poesí­a importante. No, no son capaces de llegar a la pureza emotiva de la poesí­a, que es dama que no otorga sus favores a cualquiera, no encandilan con su arte, no te rompen el corazón con esas palabras que son cuñas que abren las almas y dejan brotar las emociones. No llegan adentro del todo del espí­ritu poético, pero se arriman, andan un camino ameno y es agradable andarlo con ellos. Esos son los buenos poetas que escriben poesí­a mala, como Antonio Machado, como Joaquí­n Sabina, por citar dos de los más leí­dos y conocidos. Ejemplos el uno de maestrillo que tejí­a un verso simple, fácil de leer y entender aunque desprovisto de color, de música y sobre todo, de enjundia, de fondo. Sus poemas eran lecciones para chiquillos, bien dichas, pero sin más, buena poesí­a mala para gente simple; poesí­a útil, necesaria quizá para quienes empiezan a leer poesí­a y descubren luego que hay más, que ese poeta tení­a un hermano que te poní­a los pelos de punta (por ejemplo). Poesí­a de segunda división, que también tiene su mérito. Como lo tiene Sabina, y otros como él que escriben canciones y venden libros, que gustan, que gustan mucho, que tienen gracia y juegan con la palabra y saben lo que la gente quiere oí­r y leer y lo que les motiva, y que son capaces de escribir la misma canción cien veces con distinta letra, y que parezca que es otra canción aunque sea siempre la misma.
Por contrario, hay otros poetas que están reñidos con la musa, que se dan de tortas con el arduo, fatigoso, escondido oficio de escribir. Piensan, sí­, piensan bien, son capaces de encontrar la esencia, el producto poético, la sí­ntesis de la emoción, pero les cuesta horrores comunicarlo, o lo hacen de manera burda, o son tan personales que el resto de las personas no les entiende, o se van por los cerros de úbeda. Son poetas que te hacen tropezar con los versos en vez de deslizarte por ellos; poetas que te presentan una ventana cerrada pero te dejan entrever que detrás está el luminoso paisaje; poetas que andan a trancazo limpio (o sucio) con el idioma, que te llevan a Roma por el camino más largo y lleno de charcos que puedes encontrar (entre ellos se da mucho el malditismo). Gente como León Felipe el antipático, Panero el loco o Gloria Fuertes la que no sé si chocheó o se cachondeó.
No sé dónde está el distingo, en qué exacta lí­nea del tejado cae la vertiente hacia el lado de la buena poesí­a o la mala, pero ahí­ está. Uno lee a Bécquer lo de las oscuras golondrinas y no llega a darse cuenta de lo mal rimado que está, el revolcón que le da al arte poético es grande en esa y otras composiciones, y sin embargo qué hermosa. Cualquier otro poema lleno de rimas en -ar y en -án, con los verbos al final para que pegue la rima facilona, seguramente serí­a un bodrio y un suspenso en el taller de poesí­a de la asociación cultural del barrio, que lleva ese señor tan tieso con pajarita. Y sin embargo qué hermosa.
Tampoco sé qué separa al buen poeta del malo, pero un pajarito me dice al oí­do: -«Este sí­, este no, este sí­, este no…»

Ah, esta va siendo mi lista, cuatro gatos a modo de ejemplo:

Buenos poetas de buena poesí­a: Bécquer, Lorca, Miguel Hernández, Quevedo, Rafael de León, J. R. Jiménez, Storni…

Buenos poetas de mala poesí­a: Antonio Machado, José Ángel Buesa, Campoamor, Rubén Darí­o, Lope, Góngora, Juan de la Cruz…

Malos poetas de buena poesí­a: León Felipe, Gloria Fuertes, Leopoldo Panero, Villena, Borges, Amado Nervo, Neruda, Guillén, Alberti, Sabines…

Malos poetas de mala poesí­a: -a estos que les/nos den por saco-