De cómo operaron dos veces de la próstata al tí­o Siscu


A todo esto que mi primo el Jordi, o sea, Yordi, el que trabaja en el Hospital de Bellvitge, o sea Belbiche, es un trapisondas. (La Familia Trapisonda, un grupito que es la monda, otro dí­a hablaré de tebeos viejos). Pues que estuvo viendo al tí­o Siscu (Francesc pone en el dni, que yo lo he visto) que lo han operado de la próstata y andaba chuchurrí­o y con razón. El Jordi se ve que no se quedó muy contento de lo que le habí­an hecho al tí­o los colegas, y estaba de mala leche. Lo cual que luego se fue a su trabajo, que como es médico trabaja allí­ de no sé qué, pero no mata, o sea, no atiende enfermos (igual los mata con mayor disimulo). Y que cabreado con lo del tí­o, andaba distraí­do y ensimismado y va y se corta un dedo, no todo, una rajilla, con un bisturí­ o algo parecido. Claro, como en casa del herrero, al tí­o, o sea, al primo, para curarse no se le ocurre otra cosa que buen chorro de alcohol, que ahí­ lo tienen en garrafones, pero con tan mala malo que va a curarse al lado de un mechero bunsen (que no quieras enterarte de lo que significa bunsen en alemán…) y zas, se prende fuego la mano, el brazo y el bigote. En realidad sólo medio bigote, pero claro, se tuvo que afeitar luego él el otro medio porque quedaba un tanto asimétrico. Ahí­ sí­ que le tuvieron ya que atender los colegas, lo vendaron y lo mandaron para casa de baja y con unas pasillas contra el cabreo. Aprovechando que era temprano y que la parienta, la Montse, no trabaja, o lo que es lo mismo, es ama de casa (¿se comprende la invectiva?), se dice: «Aprovechemos el dí­a de fiesta». Y ante la perspectiva de pasar el dí­a de baja con la montse pasando la vaporetta bajo sus pantuflas, decide llevársela de paseo. Así­ que la engancha, la otra con su chándal, coge el ibiza y allá que se van al Safari Parkde El Vendrell. Ella, torpe perdida conduciendo y él poniéndola nerviosa, dolorido del brazo quemado, y con los analgésicos zumbándole. Se meten en el safari y lo primero que les dicen es que los cristales cerrados, que no salgan y que ni se les ocurra darles nada de comer a los bichos. Claro, el parque para ellos solos, octubre, entre semana (los catalanes dicen «los dí­as de cada dí­a» a los dí­as de entre semana, ya ves), y por la mañana a la apertura del parque. Fenómeno, para eso se habí­a llevado él la digital, para tirar fotos a manta. Pero no contaba con que ella se poní­a más nerviosa si cabe con los animales. Sobre todo los monos que se le subí­an al coche. Se ve que los animalicos están acostumbrados a sacarle comida al personal visitante y te ponen la mano que parece que te estén vendiendo La Farola, con cara de lástima. Compadecidos, empezaron a darles cacahuetes. Y de paso, comí­an ellos. Mas hete aquí­ que llegaron donde los elefantes, y se ve que también les junaron los manises, y se les acercó una elefanta pequeña, muy simpática ella con la trompa por la ventana a que le dieran un cacahuete. Y el Jordi, emocionadito por aquello de ver una probóscide tan cercana, bajó un poco el cristal y le dio dos o tres, que la plantí­grada cogió de su mano. Pero la tal era una descarada, y metió la trompa dentro del todo del coche, para pillar la bolsa de los cacahuetes, sobre el regazo de la Montse, y ésta, presa de histeria por la invasión nariguil, y con la rodilla con un moco de un palmo, va y cierra la ventana. Zas, con el elevalunas automático, y le pilla la trompa. La otra, o sea, la elefanta, que se ve trompiprendida por la ventana y con los agudos gritos de la Montse, que suena como una tiza en una pizarra, se asusta, lógicamente, y estira para sacar la trompa… haciendo fuerza con la pata sobre la puerta. Saca la trompa, sí­, pero mete la puerta para adentro doblada por la mitad como si fuera de papel, y encima le pilla el brazo derecho, que es el quemado, y le medio quita la venda al Jordi. La Montse histérica, el Jordi cagándose en su sombra, en su mujer, y en la National Geografic. Salen echando hostias del parque, y llevándose por añadidura un buen chorreo de la dirección del parque, que les coge los datos de la matrí­cula, les hace una foto a la salida y les dice que no vuelvan y que como le pase algo a la elefanta la pagan a precio de angulas. Ya calientes, se meten en un bar de carretera a tomar algo para que se les pase el mal cuerpo. El Jordi dos Torres 10, y la Montse una tila, y una pastilla rosa que le dio su médica con la advertencia de «sólo para momentos de mucho estrés». Iban bien los dos. Nada más salir del bar, a la Montse le da un vahí­do y el Jordi la sostiene y al cogerla se apoya en el coche. Entonces descubre, oh sorpresa, que uno de los jodí­os macacos se habí­a cagado encima del coche, y él se ha refrotado toda la mierda por la venda, y vaya peste, y vaya cabreo mayúsculo. Limpiándose la catalina del mono con toallitas húmedas y clí­nex, pero sin conseguir gran cosa. El Jordi hecho un basilisco, la Montse lagrimeando… se sube al coche, arranca y pumba, sin acabar siquiera de salir a la carretera se estampa contra un cartel de esos con una flecha indicando que por aquí­ se sale. El Jordi, cabreado, gritando, que quita de aquí­ que me pongo yo que estás tonta, no, que tú no puedes conducir con ese brazo así­, se gritan, se enfadan, se sienta el Jordi ante el volante, arranca, echa marcha atrás, y oye un toc toc en la ventanilla, los mossos (como la Guardia Civil de Carreteras, pero versión catalana también): Bon dí­a, su documentación, cómo es que conduce con esa mano que no puede sujetar el volante, tenemos que dar parte del choque contra la señal, quina pudó (qué peste), oiga, qué es esto que huele… A ver, sople aquí­. Lo malo no fue que marcara un par de rayitas más de las permitidas, no, ni que no pudiera sujetar el volante, no, es que el otro guardia se acercó por el otro lado del coche y le preguntó que cómo se habí­a roto la puerta. Y el Jordi, con aliento alcohólico, haciendo así­ con la mano vendada y pringada de mierda, por encima de una Montse derrumbada, con el rimmel corrido y lloriqueante, que le dice: -«Mire usté, señor mosso, esto ha sido una elefanta…»
Horas más tarde:
Así­ que le quitan el carnet, y tiene que volver la Montse conduciendo hasta Bellvitge después de despejarse, claro. El Jordi sube a que le cambien la venda y le repasen la cura del brazo y luego va a ver cómo sigue el tí­o Siscu. Cabizbundo y meditabajo como va, intriga al tí­o Siscu, que inquiere por su afligido aspecto, y el Jordi no tiene mejor idea que cascarle todo lo sucedido al tí­o de pe a pa en plan liberatorio. Total, que el tí­o se pega una jartá de reí­r que no puede parar, se le encaja la mandí­bula, que se la tiene que desencajar un médico de una hostia, y entre el ataque de hilaridad y el desencajamiento, que se le saltan los puntos. Hasta los internos. Al quirófano de nuevo con él.
Al Jordi le prohibieron ir a verlo hasta que saliera del hospital.

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