Hombre, hay que reconocer que los curas llevan muy bien todo eso de la escena, la liturgia está muy bien, la iglesia con sus flores, el olorcillo a cera e incienso, los recios bancos corridos de madera que acercan a los circunstantes, la vestimenta del cura, tan solemne, bien, eso bien. Pero luego va y lo casca: que nos vemos en el otro mundo dentro de nada, a la derecha del padre todos en una fiestecita eterna que va a ser la monda. Y no, eso ya no se lo cree el personal, y se siente defraudado. O como en el Tenorio: Cuán largo me lo fiáis.
¿De veras no saben otra cantinela? ¿Sólo se puede decir ante la familia y amigos del finado que esto de la vida es sólo un pasito para el otro mundo, que el ataúd es como el felpudo de welcome del cielo? Porque además este soniquete les vale para todos, yo aún no he oído a un cura decir que este muerto va a ir a la caldera de cabeza porque en vida fue un hijoperra, no.
A mi me entristece esta simplona e incierta disertación religiosa que anuncia una disneylandia del más allá. Repito ¿de veras no hay otra cosa que decir cuando muere un ser querido?
Yo quisiera enfocar el acto de morirse desde otro punto de vista, desde el único que se me ocurre: el de lo trascendente de la existencia de la persona. Porque tampoco me creo que el papel de la gente, por insignificante que sea, carezca de importancia, y ahí es donde fallamos, al considerar poco e irrelevante lo que hace una persona en su vida, con su vida, dentro de la suma de todas las vidas. Quizá porque sea ese uno de los mayores yerros que suele cometer el ser humano: no dar la suficiente importancia al papel de cada cual, restar mérito a tu granito de arena en la construcción de la humanidad. Y es que, siempre nos morimos de uno en uno, y es un error vernos así, cuando la vida es algo que se hace entre todos. Le damos demasiada importancia a morir, y en el último discurso (quizás el único) que dedicamos a un ser querido le hablamos de un futuro de cuento de hadas, en vez del futuro cierto, verídico, incontestable, del género humano que ha ayudado a forjar.
Gracias, por haber sido algo mejor que tus predecesores. Gracias, por haber contribuido a la mejora del pensamiento, de la actitud común. Gracias, por haber sabido corregir, aumentar y comunicar la educación que recibiste. Gracias, porque te has ido y has conseguido que te lloremos.
Yo, que no creo en dios alguno, sigo teniendo fe en el hombre, quizá porque tengo la suerte de saber fijarme en los buenos ejemplos, y el no desdeñable mérito de saberme rodear de gente que hace por la gente. Los curas se dejan al hombre en el tintero y nos cuentan mitos. Es como si en la historia del hombre no hubiera habido otro ejemplo que el de Jesús, como si no hubiera habido otros que hubieran dado su vida por otros, para otros, y su esfuerzo, y su empeño y su trabajo y todos sus años y experiencias por el bien de los demás. Como si no tuviéramos ejemplos de sacrificio callado, de trabajo amoroso, de genio brillante, de afanes esperanzados. Para los curas es como si no tuviéramos otra historia que la que cuenta su libro. Como si no hubiera otros personajes. Como si no tuviéramos madre a quien querer.
Es buen consuelo saberse trascendente, saber que tus hechos se comunican con otros produciendo consecuencias, que no llegarás a ver, pero que presientes en el futuro de la especie. Irse, sí, pero averiguarse traspasando los límites de la experiencia posible en lo corto de nuestro empeño. Al cabo, llevamos al género humano entero y verdadero acumulado en nuestro adeene, cada uno somos la suma de nuestros anteriores. Al cabo, reyes y papas y prohombres se diluyen en la historia hasta no distinguirse de sus súbditos, acólitos y comunes, lo importante es la amalgama y en ella es importante la consistencia de cada cual.
Cuando uno se va se puede decir que nos veremos, sí, pero no en las nubes tocando la lira, nos veremos en nuestros hijos y sus hijos, en la palabra que dejamos en oído ajeno, en la línea que escribimos, en lo que influimos al todo que nos rodea.
Yo a veces veo a mi padre que aún me dice algo. Esto, creo, es algo común. Pero si sabes mirar más allá te das cuenta de que más gente te dice más cosas. A veces me dice algo Galdós, u otro, en sus libros (que para eso se escriben); otras me lo dice Edison, al que aún no hemos dejado de oír cuando encendemos la luz; otras me lo dice un médico que no conozco que inventó una droga, que descubrió un tipo sanguíneo, que fabricó un escáner, que enseñó los secretos del bisturí al médico que me salvó la vida; otras me lo dice una columna de la Mezquita de Córdoba que guardaba los ecos de tantas oraciones (porque los dioses no son importantes, pero las oraciones sí); o Tagore, que recogió, para alegría de mi corazón, la alegría viva de una mañana de abril y me la mandó, a través de cien años, cantando dichosa.
No, a mí no me gustan los funerales católicos, pues te cuentan un cuento, pudiendo contarte una historia. No, pues no les cambio su albur por mi esperanza.
Así, así, haciendo amigos…
¡Cuanta razón! La despedida tendria que ser una fiesta. Hace poco fui a una, de una buena amiga que se fue y eso es lo que pidió, que nos reuniéramos todos los amigos en una gran fiesta. Y si, hubo lágrimas pero muchas sonrisas y muchos abrazos, mucho cariño. Por la noche la soñé sonriendo, serena, caminando cuesta arriba.